Juan Bautista del Carmen Pabón Montiel
El 24 de septiembre recordó Santa Cruz su efeméride; el aniversario de sus luchas por la independencia de la España colonial cortesana; barroca, árabe o mozárabe, grandiosa, mora y cervantina. Con la fragancia de sus pueblos que cruzaron los mares para conquistar otras tierras donde las palmeras los esperaron con sus tribus primitivas y altivas.
No fue fácil -ninguna conquista fue un paseo o un olé en corrida de toros-, fue sangre por sangre, vida por vida arreando a los conquistadores a su península con grandes costos humanos. Nos quedamos con el sabor del mestizaje; con el coraje de sus espadas y con la belleza del nuevo hombre oriental con los diamantes de sus mujeres que, junto a las palmeras, resisten los embates de la vida republicana construyendo Santa Cruz una urbe cercana a los cielos.
La tierra oriental se vive en sus provincias, en sus guitarras, cuya herencia española hizo del cruceño un bohemio impenitente y un enamorado hasta hacerse cantar con el apelativo de “Aguilillo”. Mariano Baptista Gumucio, notable historiador y polígrafo nacional, expresa con una sonrisa en el corazón, por el afecto y estima que tienen los orientales por los apelativos, que son un bautismo obligado para todos los nacidos y residentes.
La dama cruceña no es aquella de los desfiles de modas, de las pasarelas, de mostrarse en almanaques -que de paso es su derecho inalienable-, la mujer oriental heredó la gracia de las valencianas, de las asturianas, de las gallegas, el candor de las madrileñas, la picardía de las marroquíes, como María Antonieta Abad, conocida como Sarita Montiel. Y raíces vascas de acero recalcitrantemente parapetadas en sus dones y sabor de rosas.
Mezcla de diosas primitivas, de chiriguanas imbatibles defendiendo sus territorios. Cruce de chiquitanas de tipoy y rasgos de los tiempos. Ayoreades mujeres, arrinconadas por la incuria, por los descuidos gubernamentales. Nómadas en un tiempo, hoy se hacen sedentarias, sirviendo a los políticos municipales de turno, que las utilizan a ellas y esposos como testaferros. Pero están ahí, hilando sus vidas con tenacidad para no desaparecer.
En provincias ya no se escucha las serenatas tradicionales heredadas de los ibéricos; la elegancia; las ventanas en las que solían esconderse las hermosas solteras han desaparecido, a la par que el arte republicano fue reemplazado por algunos mamarrachos de un “estilo modernista”.
La mano tierna y misericordiosa de los hijos de Puerto Suárez; la aristocracia de gentes nobles que altivas que cobijan a los bolivianos del interior, se manifiestan con una solidaridad extraordinaria. Desde el vaso de agua helada, hasta el café suculento en un dedal para el antojo con sus cuñapés, pan de arroz, tamales y el sabrosísimo masaco de plátano o yuca que paladeamos para nunca olvidar.
Las atenciones son una oferta para quedarse por una eternidad en la tierra de Suárez Arana.
¡Un abrazo en el corazón, cruceños!
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