Atropellados por la pampa suelta,
los raudos potros, en febril disputa,
hacen silbar sobre la sorda ruta
los huracanes en su crin revuelta.
Atrás, dejando la llanura envuelta
en polvo, alargan la cerviz enjuta,
y a su carrera retumbante y bruta
cimbran los pinos y la palma esbelta.
Cuando ya cruzan el austral peñasco,
vibra un relincho por las altas rocas;
entonces paran el triunfante casco.
Resoplan, roncos, ante el sol violento,
y alzando en grupo las cabezas locas,
oyen llegar el retrasado viento.
José Eustaquio Rivera
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