Es conocido que la universalidad de una opinión, escribiendo muy seriamente para el lector, ni constituye una prueba ni un motivo de la posibilidad de verdad. Lo expresado tiene un sustrato incuestionable de apoyo, ya que la distancia en el tiempo priva a aquella universalidad de su fuerza probatoria; de no ser así, deberían ser reconsiderados los antiguos errores que fueron aceptados como verdades; por ejemplo, el sistema de planetas que propugnó Ptolomeo destronado por Copérnico; o que en todos los países protestantes habría que restaurar el catolicismo.
Con esta contundente realidad comprobada, lo que sucede normalmente en los procesos electorales y lo que se conoce como opinión universal es examinada con precisión, la opinión o los postulados de una, dos, o tres personas; nos convenceríamos de esto si pudiésemos observar su génesis u origen.
Los planteamientos y ofertas políticos son normalmente posiciones de una , dos o tres personas, quienes las generaron o enunciaron y, consecuentemente, las afirmaron, y con buena fe política, siendo benévolo, creyeron sus autores que esos enunciados habrían sido examinados a fondo y con el prejuicio de suponer a los autores suficientemente capacitados para realizar tal necesario examen.
Lo peligroso de ello es que esta posición no comprobada y enunciada como plataforma electoral induce a las personas a captar esa opinión y se produce una cadena de credibilidad por la pereza o la indulgencia de creer enseguida, antes de realizar trabajosas comprobaciones. El ciudadano antes de votar debería comprobar algo que no ha cambiado desde las polis griegas, en las cuales el político se identificaba obligatoriamente con un solo objetivo para recibir el poder del pueblo: trabajar sólo para el pueblo y asumir un verdadero apostolado para la consecución del bien común que significa simple y llanamente trabajar por el ciudadano; mejorando su calidad de vida, ingresos y garantizando la presencia de una justicia equitativa que, como bien supremo, confiere seguridad jurídica a la vida de relación.
Con el voto no se puede actuar con proposiciones de los políticos como un efecto domino, pues se estaría apoyando el incremento de ciudadanos indolentes y crédulos que piensan que su opinión viene respaldada por un buen número de voces que la apoyan, creando así un segmento de población que se ve obligado a admitir lo que ya es aceptado en general, para no pasar por ciudadanos rebeldes contra la opinión de la mayoría, o peor, por ciudadanos presuntuosos que pretenden ser más inteligentes que los demás.
Cuando se analiza las obras de tal o cual Gobierno, una razón suficiente para el voto es comprobar que simplemente hubo un adelanto o mejoría en la condición humana y su inclusión sin discriminación, en la administración y la situación económica del país. Son elementos que, en nuestros países todavía con incipiente democracia, son determinantes para que el voto sea reflexivo y fundamentado. Se trata de la sustentabilidad, preservación, en todos los ámbitos, y crecimiento de un país, no de un partido político, y el ciudadano votante no debería declinar en su aspiración de vivir mejor, ya que es el fundamento humano y económico de la administración de un país.
El autor es abogado corporativo, con postgrado en Arbitraje y Conciliación, escritor.
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