Llámase colosos aquellas estatuas de altitud extraordinaria, sorprendentes por su volumen y majestuosidad, he-chas por el hombre para recordar hazañas notables, como símbolo de ostentación o para rendir tributo a los dioses.
En la antigüedad se construyeron mu-chas estatuas de gran magnitud, algunas de las cuales todavía pueden verse, aun-que bastante deterioradas por el paso del tiempo y por las inclemencias de la natura-leza. Los egipcios, sobre todo, tuvieron predilección por edificar estatuas colosa-les, con las cuales querían transmitir la grandeza y el poderío de los hombres de entonces. La figura de los faraones siem-pre aparecen más alta y con más orna-mentos que el de los dignatarios, servido-res y guerreros. Los colosos egipcios eran numerosísimos, esculpidos en piedra, una tarea titánica y esforzada y con una altura superior a los 20 metros.
Es célebre la Esfinge, con figura de león y cabeza de hombre, cuyo mentón estaba cubierto de barba, se encuentra cerca de la gran pirámide de Gizéh, que parece desafiar a los siglos y cuya cabeza, sola-mente, mide 42 pies de altura. Los colosos de Luxor (dos figuras sentadas) miden 16 metros de altura.
Sin embargo, los colosos más importan-tes y famosos son los del mundo artístico de Grecia, pues a los griegos les gustaba construir estatuas gigantescas, y lo intere-sante es que a pesar de sus dimensiones, son un modelo de perfección y armonía. El museo del Louvre de París tiene una es-cultura de Melpómene, en mármol, que mide 4 metros de altura. Melpómene era la musa de la tragedia.
Otra de las maravillas del mundo antiguo fue el Coloso de la isla de Rodas, de 45 metros de altura, erigida por los rodios en homenaje al dios Helios (el Sol) y para recordar el triunfo que tuvieron contra los soldados del pirata Poliorcetes. Esta gi-gantesca estatua sostenía una antorcha que servía de faro a los navegantes del Mar Egeo. El coloso estuvo de pie unos 60 años, pero en el año 227 a. de C. Fue derribado por un terremoto
Los romanos tampoco se quedaron atrás, pero sus estatuas no eran tan grandes. El más célebre es el coloso de Nerón, hecho en mármol, de 110 a 120 pies de altura; a la muerte de Nerón sustituyeron su cabeza por la de Apolo, dios de los Oráculos, De la Medicina, de la Poesía, de las Artes, del Día y del Sol.
Durante la Edad Media no se construye-ron colosos, con excepción de algunas imágenes de San Cristóbal, de tamaño extraordinario, razón por la cual se vino a llamar a este santo San Cristobalón, por-que la tradición cuenta que fue un hombre de proporciones gigantescas.
También deben citarse las colosales fi-guras de Buda que hay en la India, China y Japón. El Buda de Bangkok, por ejemplo, mide 50 metros de altura: es obra de mam-postería, dorada, con los labios de esmalte rosa, los ojos de plata y la corona de oro rojo, ocupando una gran sala cercada por una columnata.
En nuestros días tenemos una hija de aquella inspiración antigua de los colosos: es la estatua de La Libertad, levantada por el escultor Bartholdi en la bahía de Nueva York, y cuya altura es de 46 metros, la gran estatua fue concluída en octubre de 1886.
Estas imponentes estatuas impresionan por su grandeza y sobrecogen el ánimo. Son manifestaciones del espíritu de un pueblo, y por su pureza y majestuosidad imponen el respeto y la admiración de los visitantes.
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