Aplaudir significa palmotear en señal de aprobación y entusiasmo los actos de otra persona, quien suele ser aquella a la que admiramos por su virtud, honestidad y ejemplo, de lo contrario preferimos ignorarla y pasa desapercibida entre los talentosos y hombres de ingenio positivo.
Avivar significa aclamar, animar, alentar con fuertes y sonoras vivas a quien posee los dones del aplaudido, a quien apoyamos por su moral y ética, al héroe que retorna de la batalla mostrando heridas en su cuerpo y glorificamos al que yace inerte camino al campo santo.
Asimismo, la moral es la ciencia del bien y de la bondad y no concierne a un orden jurídico, es el fuero interno y facultad del espíritu o alma individual o colectivo para relacionarse y gobernarse por sus principios, por sí mismos. Esto quiere decir que en una sociedad existen hombres de elevada moral, que la aprendieron en sus relaciones sociales, sin necesidad del mandato de la ley. Esta moral no se la aprende por los sentidos y el Derecho, sino que existe en la razón y corazones de la sociedad, de personas, niños, ancianos, mujeres. Aquí, por una voluntad general, de seguridad, de conservación integral, de conciencia, nadie puede tener costumbres y pensamientos que atenten contra la moral y sus componentes, contra este patrimonio colectivo; de hacerlo se convierte en un paria e inadaptado social, “oveja negra”.
Finalmente, la ética es la práctica de la moral y una obligación del hombre. Los preceptos morales tienen que ser reproducidos obligatoriamente y de alguna manera, por lo que podríamos afirmar que el fin moral cuenta con un medio que resulta ser la ética, sin la cual la moral tampoco existiría; existe una relación innata, pura, humana. Sin la ética no se sostiene ni reproduce ninguna sociedad como tal, cae al abismo, agoniza y muere.
Delito significa quebrantamiento de la ley, que puede ser doloso, culposo, por omisión, etc. Es el acto de apoderarse de cosa ajena, que puede ser el patrimonio moral, material o inmaterial de una persona o varias. El atentar contra el patrimonio moral de las personas y la sociedad también constituye delito, con el agravante de enfrentarse a víctimas múltiples y causar mayor daño. Es una intención nefasta que tiene el hombre por satisfacer sus intereses personales de manera ilícita y vivir cómodamente del trabajo, sudor y llanto de las víctimas.
Para cometer un delito, el delincuente debe violar y forzar la ley, unas veces con violencia y en otras con tácticas cínicas y mentiras, que muchas veces amedrentan a los miembros de la sociedad desprotegida y deben callar por su seguridad. Lo más grave de todo esto es que “la ley hace al hombre”. Así, hombres y mujeres, niños y ancianos tendrán conciencias violadas, forzadas, quebrantadas, que producirán otros hombres con valores volcados, con visión negativa del derecho. El delincuente se sale con la suya y cree que está obrando con justicia, porque consigue para sí lo que le corresponde, según él.
Si “justicia es darle a cada quien lo suyo”, el Estado hace justicia dando seguridad y bienestar a toda la gente que convive en un país. Una sociedad justa es aquella que practica la “justicia, moral y ética”, donde cada quien exige justicia, practica la ética y reproduce la moral, porque cree en ellas para sí y los demás.
Hoy, en gran parte, vivimos en una sociedad sin principios, desorientada, corrupta e indolente, injusta, amoral, sin ética, que “aplaude al delito con fuertes vítores que enorgullecen a quien aclaman”. Ellos creen que lo ilícito es lícito, que pueden apoderarse de cosa ajena a plena luz del día, hacer secuestros, pasan lo divino a segundo plano. Inclinados al mínimo esfuerzo y a tener mucho, conviven y se acostumbraron a “mirar al delincuente como si fuera un hombre talentoso, de convicción, emulable, virtuoso, superior a todos, caudillo”.
Lo terrible: ¡falta poco para que adoren al becerro de oro!... Padre, padre, ¿por qué nos abandonaste?
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