Una impronta del proceso electoral concluido, fue el dominio de aspectos de bajo calado e inclusive de fuero interno entre los candidatos. El tema programático de los partidos en competencia paralogizó por lo trillado y repetitivo de sus propuestas, sin planteamientos del cómo de su realización.
Por su parte, el oficialismo se ufanaba de ser el único con programa de gobierno y aun de haberlo practicado en su gestión. Si nos remontamos al año 2006, a lo largo de estos casi 9 años nada claro proporciona al respecto el oficialismo. Lo que sí aparece nítido es que en medio de la abundancia económica, fruto de las circunstancias internacionales, el Gobierno viendo rebosantes sus bolsillos dio rienda suelta a gastos en función de sus ocurrencias.
En una gestión de carácter prospectivo, la planificación y el norte estatal son indispensables. Sucede todo lo contrario y, entre otras, se emprende faraónicas plantas con pretensión exportadora, pero sin análisis de mercados. Se fijaron los puertos chilenos como terminal de una supuesta vía férrea interoceánica desde Santos, Brasil, imaginariamente desviada ahora al Perú, proyecto en el que Bolivia sólo aparece como vía de tránsito. La palabra industrialización está ligada no sólo a la coca, sino a factorías de dudosa eficacia como Papelbol, Lacteobol, etc. El satélite, parece destinado sólo a la memoria de un héroe indígena y, en puertas del acto electoral, se habló de una planta nuclear y se dejó escuchar un largo etcétera de promesas.
En la danza de millones, China Popular -capitalista con rótulo socialista- resulta beneficiaria exclusiva de un cliente que antepone devaneos ideológicos a la oferta diversificada, que acusa desinformación del comercio ultramarino y por añadidura se distrae ante el engaño. El partido de gobierno remite sus propuestas al 2025, las que a simple vista no pasan de una serie de enunciados, obviamente, presentes en el sentido común de todo boliviano pensante. No hace mucho, el MAS esgrimía la Constitución Política de 2009 como su programa, instrumento que visto fácticamente no pasa de la letra muerta, al mismo tiempo de privilegiar a ciertos grupos en detrimento del resto. Las leyes producidas para implementarla o son erráticas, o carecen de reglamentación, o no tienen presupuesto operativo.
Poco o nada se les pide hoy en día a los partidos políticos en sus alcances programáticos. El proceso eleccionario concluido revela que ninguno de los competidores es partido en el estricto sentido de la palabra. Su ausencia de vida orgánica y de actuación sostenida en el tiempo y en el espacio público, los torna demasiado precarios para despertar confianza y esperanza en la ciudadanía.
Este fenómeno que socava el concepto propio de partido, se expresa en el préstamo de siglas para lograr inscribirse en el Tribunal Supremo Electoral, en tanto se incurrió en alianzas aberrantes con el enemigo político de ayer, sin parar mientes para hacerlos parte de sus planchas electorales. Se llenaron las mismas a la desesperada, reclutando desconocidos y personajes anónimos, al extremo que los electores no habían escuchado jamás los nombres de los elegibles, no los conocían y menos sabían acerca de los supuestos méritos que los habilitaban. Un cuadro subidamente surrealista como éste desterraba al canasto los principios éticos, burlando la conciencia cívica nacional en momentos de graves decisiones para la Nación.
No escapa a la observación popular que las carencias de los partidos -para no hablar de ideología, que sería pedir “peras al olmo”- o su calculada estrategia de adecuarse al populismo reinante, los somete a depender del discurso que por casi una década viene predicando el oficialismo, actitud negadora de su integridad y autonomía. No se conoce, pues, una posición auténticamente contestataria.
Un cuerpo orgánico serio y responsable de partido, debe proponer y abarcar: Declaración de Principios, Plataforma Política, Programa de Gobierno y Plan de Acción, éste último con finalidad estratégica, no necesariamente divulgable.
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