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El triunfo logrado por el presidente Morales el domingo ha sido demostrativo del poder impresionante que él y su partido ejercen sobre casi todo el país, en uno de los momentos de mayor afluencia económica para Bolivia y de menor sintonía de los partidos políticos opositores con las necesidades y aspiraciones de gran parte de la población.
De nueve años en el gobierno, ni uno solo ha sido de angustias económicas, lo que también explica la sintonía del presidente con la mayoría de la población. Todos estos años han sido de “vacas gordas” que facilitaron los esfuerzos distributivos emprendidos bajo la bandera de un gobierno marcadamente anticapitalista en la retórica y fuertemente capitalista en sus relaciones con los empresarios nacionales.
La prueba para administrar una economía sin holguras parece haber comenzado a tocar las puertas. Una mirada a algunos de nuestros vecinos permite atisbar tormentas.
Tras dos trimestres de recesión, el crecimiento económico de Brasil, nuestro principal socio comercial, será del 0,2 a 0,3 por ciento para todo el año. No hay mejorías significativas para 2015.
En los nueve primeros meses del año, la economía argentina se encogió en un 2%. Es un proceso recesivo que no tiene signos de amainar, salvo un acuerdo con los fondos especulativos que se negaron a aceptar una disminución del valor de los bonos que compraron años atrás. Nada indica que esté próximo que involucraría el pago de miles de millones de dólares. Entretanto, la escasez de dólares continua y el valor de la divisa estadounidense llega a niveles récord en el mercado paralelo. Cristina Kirchner no cuenta más para las elecciones presidenciales y luce probable un nuevo gobierno menos afín con tendencias populistas.
Venezuela es el caso más dramático. Con una oposición temporalmente calma y la producción petrolera en declive (antes de la llegada de Hugo Chávez se preveía llegar a 5,5 millones de barriles diarios y ahora, sin estadísticas oficiales, se la estima en 2,4 millones de barriles diarios), sólo parece cuestión de tiempo para la llegada de una nueva ola de inestabilidad. El país empieza a importar petróleo liviano del Medio Oriente, un giro sin precedentes desde que el país surgió como exportador en la primera mitad del siglo pasado. Está obligado a hacerlo por el agotamiento de los campos de donde surge el crudo liviano que mezcla con crudo pesado para lograr un fluido adecuado para sus refinerías.
Fundador de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), Venezuela no tiene la influencia que ostentaba. Hace poco, no recibió mayor simpatía de sus socios una gestión para reunir de emergencia a los ministros de petróleo del grupo y discutir una posible reducción de la producción para contener la caída de precios. Arabia Saudita, el país exportador líder de la OPEP, tiene memoria de la crisis de precios de hace 30 años, cuando redujo drásticamente su producción sin lograr reponer las cotizaciones. Los sauditas perdieron mercado para el petróleo del Mar del Norte. De bajar la producción, temen consolidar y ampliar las perspectivas del gas que Estados Unidos obtiene de los esquistos bituminosos (shale gas) y que empieza a exportar. Su interés es defender mercados, no precios.
Si la cotización del petróleo se coloca 70 y 80 dólares el barril, la factura boliviana podría bajar en cientos de millones de dólares respecto a los valores recibidos en el último bienio. Se agrega esta situación a la de otros productos que exportamos (soya y minerales) y la combinación se vuelve aún más desagradable.
Es comprensible que el presidente del Banco Central, Marcelo Zabalaga, hubiese afirmado que la caída de precios no tendrá efectos en Bolivia. Ninguna autoridad monetaria habría dicho lo contrario. Pero es necesario estar alertas. Las ofertas antes de las elecciones fueron abultadas y de las urnas ha salido un veredicto. Resultado del horizonte que muestra a nuestros vecinos en crisis, el veredicto no es un cheque en blanco aunque algunos dirigentes crean que la fiesta sigue.
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