Flavio Machicado Saravia
Con sombras que seguirán proyectándose desde el interior de las urnas, Evo Morales es nuestro futuro presidente. Pero al igual que los cómputos se demoran, las urnas tampoco reflejarán de inmediato las consecuencias del largo plazo, un encuentro que tarda, pero que llega igual.
La clase media optó en gran parte por apoyar al oficialismo. Pero hay que decirlo: el apoyo de la clase media no obedece a convicciones políticas o existenciales, ni simetrías ideológicas con el Movimiento Al Socialismo; obedece a los réditos de una política fiscal irresponsable, que ofrece farra de corto plazo y una resaca que todavía no se dejará sentir.
Hablar de la ideología de la clase media es hablar de quimeras. Lo fácil resultó ser escuchar atónitos a los que hablan mal del pasado. Explicar las bondades del mercado o del aporte de ciudadanos de toda clase social, etnia y religión (también conocidos como pequeños empresarios), fue exponerse al adjetivo fácil de la propaganda oficial.
Los que se dieron la molestia de explicar y defender las bondades de la visión de corto plazo fueron aquellos comprometidos con los negocios del Estado, que gozan a manos llenas de una economía que por el momento moja a muchos con el efecto multiplicador de un Keynesianismo populista.
El vacío ideológico es inmenso, mientras que el terreno para hacer “business” es grande y el campo político es una tierra de adinerados y poderosos donde nadie se mete con nadie. Por ende, en una economía donde reina la informalidad, la mayor apuesta electoral estará por un mayor estatismo, para que el Gobierno sea quien genere renta gastando dinero que no le pertenece.
La economía nacional ha girado en torno al capitalismo de Estado; unas veces apoyada por créditos externos, otras por la inversión directa, pero sobre todo por los buenos precios para nuestras materias primas. Debido a dadivas de ayer o bonanzas de hoy, hemos evitado la necesidad de crear una base productiva de la cual extraer mayores impuestos o exigir mayores niveles de eficiencia y productividad. Resulta más fácil extraer del subsuelo y exprimir a pequeños empresarios que conforman la economía formal.
En vista del contexto histórico y coyuntural, no debe sorprendernos que la clase media apueste al inmediatismo. Reflexionar sobre utopías obligaría a una sobriedad inusitada. En estas elecciones no se dio la oportunidad de contrastar modelos de desarrollo o planes estratégicos de largo plazo. El Gobierno, con recursos y capacidad informativa dignos de Goliat, logró muy efectivamente salir del paso, divulgando sus logros, que no son pocos.
Pero logros tangibles no son estrategia de desarrollo, ni visión de país. A su vez, tal vez tampoco se discutieron temas de fondo debido a que los políticos entendieron que, en este contexto, cuestionar el modelo actual sería como amenazar con quitarle la mamadera a un niño de 3 años: una receta para un berrinche épico.
La diferencia entre un adulto incipiente y un pueblo adolecente es la fuerza sumada de millones que no pretenden soltar ni dejar de gozar de la teta del Estado. En otras palabras, la poca profundidad, alcance y visión sobre el futuro, obedece a que la mayoría prefiere el rentismo inmediatista. Por ende, la reelección de Morales es racional y refleja la voluntad de un pueblo que deberá seguir aprendiendo lecciones. Pero al igual que consecuencias y resultados, las lecciones tampoco llegarán de inmediato. Solo esperemos que lleguen cuando todavía queden rezagos de democracia.
El autor es Ing. Com. Miembro de Número de la Academia Boliviana de Ciencias Económicas.
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