Hernán Maldonado
En la Venezuela del último trimestre del 2014 la situación política, social y económica se ha deteriorado tanto que más de un 70% de sus habitantes cree que debe producirse un cambio de presidente. Lo que era tabú, ahora es casi vox populi: La solución es una junta cívico-militar.
Un 56% de los electores cree que el dictador Nicolás Maduro debe renunciar y un 80% está convencido de que la situación económica ha tocado fondo.
El país, que se debate en una crisis económica fenomenal por la escasez hasta de papel higiénico, necesita que el petróleo se venda al menos a $100 el barril. La semana pasada bajó a 77, lo que hace temer que no habrá ni para pagar a los empleados públicos.
Elías Jaua, ex canciller y hombre fuerte del gobierno, asegura que aunque el petróleo baje a $40 el barril, Venezuela no entrará en crisis. Simplemente no parece percatarse de las inmensas colas en busca de artículos de primera necesidad, medicinas y repuestos.
El descontento generalizado tampoco es aprovechado por la oposición. Un buen sector, liderado por Henrique Capriles, estima que el cambio debe ser por métodos constitucionales y apuesta por las elecciones parlamentarias del 2015.
El otro, encabezado por Leopoldo López, actualmente encarcelado, María Corina Machado y Antonio Ledezma, cree que el país no puede esperar y mucho menos hasta las elecciones presidenciales del 2019 y apuesta por “La Salida” ya.
En el gobierno la consigna es quedarse por siempre, apelando inclusive a la fuerza. “Que la oposición se olvide de volver a gobernar”, proclama Diosdado Cabello, el vociferante presidente de la Asamblea Nacional, jefe de la rama militar del chavismo.
Independientes no alineados con los partidos políticos, pero de indudable peso intelectual, creen llegada la hora para una junta cívico-militar. Es decir, algo similar al gobierno transitorio que siguió a la caída del dictador Marcos Pérez Jiménez en 1958.
Para no pocos observadores la posibilidad de un gobierno “transitorio” es mera ilusión porque la crisis en Venezuela es tan grave que la eventual “junta” tendría que quedarse en el poder, para más o menos enderezar el país, al menos unos 20 años.
Para esa época los actuales dirigentes políticos, de ambos bandos, serán unos venerables ancianos, si acaso no han muerto antes. Ese el gran temor entre los líderes opositores. Verían frustradas todas sus aspiraciones políticas. Los futuros gobernantes estarían ahora mismo acabando el bachillerato.
El gran problema de los que piensan en la “junta cívico-militar” es que el chavismo ha prostituido de tal manera la carrera militar que hoy la milicia no es sino el cuerpo armado de la “revolución socialista”, atiborrado de buenos cargos, sueldos, prebendas, gangas y subvenciones.
Los servicios de inteligencia han purgado las fuerzas armadas de tal manera que cientos de oficiales “sospechosos” fueron dados de baja o simplemente están en sus casas con sus sueldos intactos.
Pero, como el país mismo, las FFAA están divididas y para temor de los supuestos institucionalistas, el régimen cuenta con colectivos civiles bien armados y una milicia que también obedece a chavistas recalcitrantes. No parece haber entre ellos un “Pinochet”. Amanecerá y veremos.
El autor es periodista ex UPI; EFE, dpa, CNN, El Nuevo Herald. Por 43 años fue corresponsal de ANF de Bolivia.
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