La Paz, cristal celeste

Juan Bautista del C. Pabón Montiel

La ciudad de La Paz en 1948 era como una alfombra de cristal celeste; el cielo de noche era tachonado de estrellas. Tenía calles apacibles; los niños de entonces podíamos caminar tranquilos, incluso desplazarnos más allá de nuestros domicilios sin peligros o temores. Era el Cuarto Centenario de la Fundación, en el Estado Mayor de Ejército una feria exposición mostraba algunas novedades, entre ellas un tonel con el señor de barbas montado con el rótulo de la cerveza paceña.

Un tranvía nos llevó hasta las puertas de la institución castrense. Viajar en tranvía era un lujo, por su comodidad. Los cambios de rutas, por las palancas instaladas sobre el tranvía, causaban chispas, cual incendio en nuestras cabezas pequeñas.

Las actuales villas solían mostrarse verdes, con sus laderas cultivadas; El Alto se encontraba tan lejos, que las primeras casitas al lado del Cristo parecían un tren detenido. En Miraflores se cultivaba el tumbo, con un agridulce preferentemente para preparar un cóctel yungueño. Los primeros “alquileres”, hoy conocidos como taxis, eran amplios, cómodos; trabajados con planchas de acero para que duren toda una vida. Parecía que La Paz no se movía, sino lo necesario. Se recurría a la Plaza Alonso de Mendoza -Churubamba- para llevar un alquiler y que recoja a los pasajeros de los domicilios.

Hoy nuestra tierra natal parece un claustro dinámico, con edificios atreviéndose a desafiar a las alturas. La locura del apuro, las carreras despiadadas de los taxis, le dan un aire de ciudad en permanente acecho de lo inesperado.

Muchas mujeres de entonces, de vestidos largos, tacos gruesos y coloretes chillones en el rostro, daban la impresión de ser muñecas repintadas al óleo. Los varones se lucían con el mejor casimir inglés Soligno, con el botapié ancho y cruzado, dándoles un aire respetuoso, incluidas las camisas almidonadas, bien planchadas. Nuestros progenitores eran solemnes, desde el saludo hasta ir a la misa dominical y la Navidad era un acontecimiento, con liturgia bien montada para recibir al Niño Dios. Toda una obra de teatro bien elaborada para que nuestra infancia ingenua y bellísima pase la Nochebuena, luego de la obligada misa de gallo.

Los artesanos, sombrereros, sastres y carpinteros daban un aire de nostalgia con sus estudiantinas, que en los carnavales salían a recorrer los barrios populares…

Se fueron los viejos; y nosotros también veteranos evocamos al Illimani que nos miraba desde los cielos con su frente blanquecina, sus picos cual sombreros embarquillados de liberales y su alma helada de todas las edades.

La Paz es otra, entre un modernismo y el atropello de las necesidades que enloquecen a sus habitantes.

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