Seguramente que preocupado por el incierto futuro de Bolivia ha muerto el historiador, académico, diplomático y ensayista, don Jorge Siles Salinas. Partió luego de luchar por la vida con denuedo, rindiéndose finalmente a la sentencia del tiempo que no transa. Aunque esperábamos su final porque sabíamos de su gravedad, nos pesa su deceso porque llegamos a estimarlo mucho y a admirar sus condiciones de persona de bien, comprensivo, bondadoso, culto, y además tolerante, cuando la tolerancia es lo que menos abunda entre los bolivianos en estos días y antes también.
Pudo haber sido un gran político pero optó por el estudio. En Bolivia o se estudia o se hace política. Pocos son los políticos estudiosos en nuestro país. Hoy, si los hay, son contados con los dedos de una mano. Jorge Siles Salinas, hijo del presidente don Hernando Siles Reyes y hermano de los presidentes Hernán y Luis Adolfo Siles, tenía la política en la sangre, si es cierto que eso se hereda. No obstante, los tiempos no le fueron favorables a Jorge, porque le correspondió vivir épocas de convulsiones revolucionarias, dictatoriales y populistas, donde él no tenía cabida.
Conocí de paso a Jorge en Chile, en épocas en que él estaba en el exilio. Allí se casó con la recordada María Eugenia del Valle, madre de sus cuatro hijos. Era un desterrado más como mi padre y centenares de compatriotas que vivían en Santiago por aquellos aciagos años 50. Lo vi por primera vez, jovencísimo, en la casa de don Roberto Prudencio. Jorge, don Roberto y mi padre, eran por entonces catedráticos en universidades chilenas. Luego, a la vuelta del largo exilio, Jorge y mi padre fueron colegas en el Senado Nacional. Entonces se destacaban personalidades como Mario Gutiérrez G., Ricardo Anaya, Walter Guevara, Tomás Guillermo Elío, Raúl Lema Peláez, Carlos Valverde, Hugo Sandoval Saavedra y otros no menos notables. Fue por aquellos años, cuando se discutía el complicado tema de las universidades privadas en la Constituyente de 1967, que ambos -Jorge Siles y Manfredo Kempff- fueron expulsados como “reos de lesa cultura” de la Universidad Mayor de San Andrés, que se oponía a una mayor libertad en la educación superior.
El legado de Jorge -un humanista cristiano por donde se lo mire- está contenido en sus libros -el último sobre el problema marítimo- y en los cinco volúmenes de sus artículos y ensayos publicados bajo el título de “Política y Espíritu”, donde el académico enfoca temas políticos, religiosos, históricos, filosóficos, literarios, diplomáticos y de otra índole que escribió en diversos periódicos y revistas nacionales y extranjeros. A propósito de periódicos del exterior recuerdo muy bien sus frecuentes notas en el importante “ABC” de Madrid que recibía tan buenos comentarios.
Como hispanista notable, como amante de lo español, como privilegiado cultor del idioma, no podía haber dejado de ser uno de los más conspicuos miembros de la Academia Boliviana de la Lengua, Correspondiente de la Real Española, donde sus aportes siempre fueron importantes. Justamente a propósito de la Real Academia Española, tuve la oportunidad de viajar con Jorge a Cartagena de Indias, hace seis años, con motivo de los 80 de García Márquez, y los 40 de “Cien años de soledad”, viaje inolvidable donde tuvimos la oportunidad de alternar con grandes escritores y, escuchar de propia voz sobre su vida, obra y anécdotas, al mago novelador de Aracataca.
Jorge Siles, como buen boliviano, dedicó gran parte de su tiempo al siempre doloroso enclaustramiento marítimo. La búsqueda de una solución al grave problema lo inquietaba. En sus conversaciones siempre acudía a las más serenas reflexiones, a su conocimiento del pueblo chileno, convencido de que ese país, en algún momento, tenía que avenirse ante la justicia del reclamo nacional. Con ese espíritu asumió en 1986 el difícil cargo de Cónsul General en Chile con la encomienda de negociar la solución de retorno al océano Pacífico que había quedado truncado luego de que las negociaciones de Charaña llegaran a un punto muerto.
Pese a todos sus esfuerzos y los del gobierno de entonces, cuando se iba a ingresar en la etapa de las negociaciones, el presidente Pinochet, de manera imprevista y brutal, cortó de plano el acercamiento. En el fondo, lo que sucedía es que Chile no admitía negociar sin la condición de un canje territorial, y de otro lado se escudaba en la posición peruana adoptada en 1929, en el Tratado de Lima, que ya había sido un obstáculo que desalentaría las negociaciones Banzer-Pinochet de 1975. Fue un golpe duro para el país y por supuesto algo muy injusto para Jorge Siles, uno de los principales impulsores de la gestión.
Desde Santa Cruz hacemos llegar los pésames de mi esposa, mi madre y mío, a Rosario su amorosa y devota compañera de sus últimos años, y a Diego, Juan Ignacio, Paula y Trini, sus queridos hijos.
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