José Carlos García Fajardo
El voluntariado social encarna una firme esperanza. Se puede vivir sin fe y aun sin la experiencia de amor, pero no se puede sobrevivir sin esperanza.
Otras actividades de voluntariado no suelen estar dominados por la pasión de la justicia -que debe fundamentar la actividad del voluntario social- y corren el riesgo de institucionalizar los efectos al enmascarar las causas. No es otra cosa la solidaridad sino la respuesta ante desigualdades injustas al hacer propias las desgracias ajenas.
Por eso, en nuestros días se plantea con crudeza el tema fundamental de quién debe financiar el voluntariado social. Algunos critican a las asociaciones humanitarias porque aceptan fondos de los ayuntamientos, de comunidades autónomas o de los servicios sociales del Estado para poder desarrollar programas sociales bien planificados y de los que darán cuentas.
Otros censuran que empresas y fundaciones ayuden a sufragar parte de los gastos de esos programas sociales, salvo que se lleven a cabo en países extranjeros como programas de ayuda al desarrollo.
El problema surge cuando las ONG independientes desean desarrollar inaplazables programas de acción social. Algunos puristas sostienen que los voluntarios bastante hacen con su ayuda. ¿Cómo que hacen bastante? Esa no es una actitud solidaria porque no es justa. Es la presunción característica del rico hacia el pobre, del fuerte hacia el débil, del etnocentrista hacia el colonizado.
Los voluntarios llegan a las sedes de las ONG y piden información, folletos y garantías en el servicio. Eligen el que más les gusta y esperan que se los forme para ser eficaces y “no meter la pata”. Si se trata de desplazamientos, hay que abonarles el transporte y, por Ley, tenemos que suscribir una póliza de seguros que cubra a todos los voluntarios en sus tareas. Nada más justo.
Aparte de unos locales acondicionados, personas que recogen al material, que lo almacenan y que limpian. Los candidatos a voluntarios de hoy pretenden encontrarlo todo hecho.
Pues bien, por culpa de una insoportable educación en la gratuidad y en que todo nos tiene que venir dado, en esta sociedad hedonista y del mínimo esfuerzo, algunos voluntarios pretenden que no tienen que contribuir al costo de esos servicios porque ya ayudan con su trabajo. ¿Cómo vamos a mantener la independencia y autonomía que nos exigen si ellos no cooperan?
Estoy convencido de que los voluntarios sociales que acuden a nuestras sedes en busca de un servicio adecuado a sus preferencias han de contribuir al mantenimiento de la entidad. Para poder participar, para estar bien informados y para contribuir con sus sugerencias.
Es preciso formarlos adecuadamente en que la solidaridad empieza en la misma asociación y con los compañeros del servicio. De lo contrario, es preferible que se vuelvan a la comodidad de sus casas, o a centros que tienen otras financiaciones porque persiguen otros fines, y nosotros volveremos a comenzar desde cero, si es preciso.
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