En una separata de la prensa, se hace énfasis sobre un nuevo concepto de “democracia intercultural”, asimismo se anota otras “democracias” que, terminando en orden de importancia, se cita al último la democracia directa o participativa, comunitaria y representativa. En realidad es una serie de democracias que regirán nuestro comportamiento nacional, en una marcada tendencia política partidaria para favorecer y privilegiar a ciertos sectores afines al esquema político. Para entender el contexto de este nuevo invento de palabras, nos preguntamos primero: ¿en manos de quién se encuentra el poder político?, ¿qué objetivo político persigue? y ¿a qué intereses de clase o estrato social sirve?
Desde luego que el frágil intelecto gubernamental y la soberbia confunden y desconocen las raíces mismas de la antigua herencia histórica de la democracia. Son los hombres que hicieron y hacen a la democracia, le dieron sentido y sustancia hasta marcar ciertos derechos que distinguen al hombre de los animales.
Desde el periodo neolítico; los filósofos griegos; los hebreos con su Dios; los mandamientos; el Código de Amurabi, Mesopotamia; el carpintero Nazareno, Jesucristo; Gautama Buda India, Confucio en la China; Mahoma el mundo árabe; el emperador Justiniano, el Digesto; el legado de la Edad Media, la Carta Magna, hubo una larga búsqueda, y poco a poco fueron expandiéndose los principios de justicia y libertad. Sin embargo de este largo trajín en su formación, ninguna sociedad ha llegado a su perfección ni ha convertido en realidad todo sus ideales.
La mayoría ciudadana establece las “reglas del juego”, una voluntad que expresa utilidad pública o interés de comunidad, llamándole soberanía nacional como concepto jurídico-político de pueblo, lo que hace posible a toda democracia y donde el Estado reconoce simple subordinación. La democracia y su sentido intrínseco superlativo implica situaciones más importantes que hacen a la vida y desarrollo de cada ciudadano, sus necesidades, aspiraciones e intereses. La democracia moderna exige un equilibrio que sintetice Territorio, Sociedad y Conocimiento, en un marco de plena soberanía con estado de derecho. Tratar de imponer ideas que confunden los verdaderos fines de la democracia, es engendrar disparidades en el modo de vivir, hablar, sentir y pensar de nuestras nacionalidades. Empoderar y privilegiar a los sectores políticos, supone asegurar el imperio de cada uno de éstos, en contra la estabilidad, el bienestar armónico mayoritario, como fuerza opuesta y destructora al sentido común. La democracia se nutre de la fortaleza y debilidades de sus miembros, cuantos más sanos, más sana será la democracia.
La interculturalidad planteada y otros conceptos, aparentemente, son mecanismos internos de complemento posiblemente constructivos, pero no representativos, ni de consenso y aprobación democrática. En el socialismo se exige formas originales de expresión y organización, respuestas a la “voluntad social”, cuyo asentimiento llegue a la mayoría. Esta perorata de conceptos de democracia es simplemente circunstancial, sin raíces de cultivo.
Es difícil que subsista una democracia entre el doble discurso del engaño y la mentira, cuando el poder omniscio no ha podido reconstituir, menos enderezar la institucionalidad tan endeble; cuando nuestra idiosincrasia va perdiendo sentimiento y valores como una “Sociedad enferma”.
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