Menudencias
No sólo los médicos de La Paz debían parar este jueves. El país entero debía hacerlo y no precisamente en solidaridad con los profesionales del Hospital del Niño presos a raíz de la muerte de ese niño de ocho meses. El país entero debía darse un respiro y hacer un alto en sus afanes cotidianos para meditar en lo que nos ocurre como sociedad.
La muerte del bebé Alexander y lo que gira en torno a ella, por encima de la conmoción que provocaron las extrañas y deprimentes circunstancias del caso, ha puesto en evidencia en toda su magnitud, como si fuera aún necesario, el clima de inseguridad que va más allá de cualquier explicación racional. Ha destapado, también, niveles de incapacidad profesional intolerables en cualquier sociedad organizada. Y está, de paso, obligando a transitar a moros y cristianos los límites difusos de las normas morales, de ética y de decencia.
Es, por cierto, condenable cualquier atentado o atropello a los derechos naturales de todo ser humano, en todo lugar y tiempo. El respeto a esos derechos, entre ellos el fundamental de vida, es lo menos que debe y puede garantizar el Estado en cualquier sociedad. De lo contrario, no tendría razón de existir. Se impondría la ley del más fuerte, por siempre la más irracional.
A despecho de tantas y tan evidentes fallas y deficiencias en los sistemas de seguridad institucionales, o de la perfección y eficiencia con que éstos pudieran hipotéticamente funcionar, existen algunos casos de violencia cuyo origen es posible entender. Y probablemente contener. Por ejemplo, la creciente desaparición de niños y adolescentes, canalizada por el tráfico y trata de personas. Según datos oficiales, es el tercer negocio ilícito más lucrativo en el mundo, después del contrabando de armas y el narcotráfico. Humanos somos, al fin y al cabo, y convertimos también la vida en mercancía pura y simple. Un corazón, un hígado o una cornea cotizan alto en el mercado de trasplante de órganos. Y hay miles de pacientes en espera de recibirlos.
Lo que resulta imposible entender, por encima del desorden administrativo típico de nuestro precario estadio de desarrollo, de la idiosincrasia nacional y de la creciente desinstitucionalización del país, es la extraordinaria incompetencia personal, humana y sobre todo profesional para esclarecer el tema. Y los extraños giros que toma o puede tomar un asunto tan escabroso.
Sólo por sentido común, no es seguramente tarea imposible hacer un seguimiento lógico. Alexander no llegó caminando al primer centro médico. Alguien lo llevó desde el hogar en que estaba internado. Y lo llevó al centro médico por orden de alguien y por razón de urgencia. Alguien atendió y recibió al niño al llegar al primer lugar. Y le hizo seguramente alguna revisión médica para constatar su estado. Ese alguien tiene pues alguna explicación sobre su decisión de enviarlo a otro centro de asistencia. Y así, sucesivamente, hasta que alguien constató la muerte. Todas esas personas tienen nombre, cumplen alguna función y podrán explicar, seguramente, por qué hicieron lo que hicieron o decidieron lo que decidieron.
¿Será tan complicado para quienes se supone expertos en investigaciones interrogar a cada una de esas personas y constatar si lo que dicen tiene asidero toda vez que todas ellas interactuaron? El careo es seguramente altamente efectivo. Sería fácil sentarlos en torno a una misma mesa y escucharlos. Que los fiscales, o quienes tienen la responsabilidad de investigar, no hayan podido hacer una cosa tan simple muestra grave ineficiencia. A menos que…
Desde el otro lado de la mesa, ¿será tan complicado, para quienes se supone expertos en medicina, constatar la competencia de los exámenes practicados a la víctima desde el momento en que llegó a los centros médicos? Quien lo recibió en el primero hizo la evaluación correspondiente y, por encima de que había o no espacio para recibirlo, decidió que había que llevarlo a otro lugar. Y alguien fue testigo de esa revisión. En su informe debe constar el estado en que se encontraba el menor. Y lo propio ha de haber ocurrido en el otro centro médico. A menos que…
Se dice (ahora todo es se dice) que hay contradicciones en dos informes forenses y se habla incluso de una necropsia. En fin, hay un nivel incomprensible de incompetencia que terminó posicionando el escándalo en foco de información mediática. Y crucificando sin juicio a santos y pecadores. La mezcla de fiscales aparentemente ineficientes, de médicos incompetentes y de medios escandalosos termina en un cóctel cuyo uso político puede ser explosivo. Tanto como para sustentar afanes de cambio constitucional.
Sobre todo, porque no entra en lógica alguna entender el sacrificio gratuito de una vida totalmente indefensa, como el ocurrido hace una semana. A menos que, por lo mucho dicho y mal dicho en torno a ese caso, se trate realmente de un absurdo de la aberración humana y habría que inscribirlo como tal en ese registro, para vergüenza de nuestra condición de gentes. Y en homenaje a Alexander y para que su sacrificio no sea vano, trabajar en la siembra de principios y valores éticos y morales. La educación en ellos desde la cuna y hasta la tumba tal vez nos proteja como sociedad.
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