Sin duda la noticia internacional que más ha llamado la atención ha sido la extraordinaria proeza científica de la Agencia Espacial Europea que logró que un artefacto enviado desde la tierra se posara sobre un cometa para estudiarlo e investigar si estos cuerpos celestes trajeron el agua y la vida a la tierra.
El módulo denominado Philae envía normalmente sus comunicaciones y fotos a la tierra, lo cual generó enorme júbilo entre los técnicos y científicos que siguieron de cerca los últimos instantes en los que el módulo descendía sobre esa gigantesca mole de roca, tal como lo mostraron las imágenes de TV que mostraban los minutos que sucedieron al aterrizaje del módulo sobre el cometa.
Fueron varios años que transcurrieron desde el lanzamiento del módulo hasta ese preciso momento del aterrizaje. Me puse a imaginar algo que me aproximase más a ese fantástico hecho y lo que se me ocurre es algo así como que si el famoso James Bond disparase desde Londres su arma sobre un automóvil en movimiento en Manhattan.
Otras reflexiones me vinieron a la mente, entre otras que este afán del hombre por llegar a satélites como la luna, el logro de 1969, con el aterrizaje de Neil Amstrong, el colocar una sonda que investiga al satélite de Saturno, el Titán, por su gran parecido a las condiciones de atmósfera de la tierra y la misión que se prepara para llevar a un grupo de astronautas que, en un viaje sin retorno, se irían a vivir a Marte, son parte de la mentalidad humana desde sus inicios en investigar más allá de su sitio de nacimiento, lo que indujo a mentes imaginativas como las de Julio Verne en su Viaje a la Luna, o simplemente su personaje Phileas Fogg a dar “La vuelta al mundo en 80 días”, en tiempos en que nuestros medios de transporte eran todavía precarios. Hace pocos años Stanley Kubrick nos deleitó con su film “Odisea del Espacio”, donde ya se vislumbraba viajes espaciales.
Yendo unos siglos más atrás, debemos recordar que desde los primeros descendientes de Lucy en un punto de África Central, los primeros homínidos empezaron a dejar su reducido territorio para incursionar en tres grandes direcciones: hacia Europa, Asia y Oceanía, para luego cruzar los océanos y llegar a la Polinesia, América del Norte, por el congelado estrecho de Bering y por el Sur desde el Polo, cruzando Tierra del Fuego para adentrarse en la parte amazónica y andina, generando centenares de conglomerados humanos entre América del Norte, Centro y Sudamérica. Quinientos años atrás, los españoles atravesaron el Atlántico para establecerse en América, fusionándose posteriormente con los grupos humanos locales.
Ese espíritu metido en los genes de los seres humanos, parece orientarse en la búsqueda de nuevas fronteras: el espacio infinito. El Universo, con sus millones de galaxias, ofrece sin duda el gran desafío para este permanente aventurero.
¿El objetivo final? Lograr que este producto de la evolución biológica llamado hombre, sobreviva a la desaparición final del sistema solar, cuando el sol se convierta en una llamarada de fuego y devore todo su entorno, para convertirlo en polvo de estrellas. Para ese entonces el HOMBRE habrá enviado sus semillas de vida a otras galaxias de este universo infinito, prolongando la vida hacia la eternidad.
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