Nuestro país ha avanzado, con la dificultad inherente, fehacientemente, en lo tocante a derechos humanos, leyes contra la discriminación en todas sus manifestaciones y en la importante inclusión. Lo precitado es una verdad incontrovertible que los espíritus nobles y serenos, descontaminados de la pasión política, reconocen; esta acción debería ser imitada por aquellos políticos que viven enceguecidos por la creencia de que son poseedores de la verdad y no así el contrario que gobierna. Una clase política con ese nivel de maduración contribuye ineluctablemente a la cultura general de la población.
En el contexto de progreso, en lo elevado y sensible de los derechos del individuo, constituye un exabrupto leer y escuchar la sugerencia de no permitir obispos extranjeros en el país. Esta desventurada opinión de un parlamentario contradice, sin reconciliación, la línea matriz del actual Gobierno y mengua, en algo, la fructífera, profunda y desinhibida entrevista del presidente Evo Morales con el Papa Francisco, el cual no se contuvo en elogios a su política de los derechos humanos, concurriendo en plenas coincidencias con la valoración de los movimientos sociales y la legítima aspiración de un mejor nivel de vida y educación.
Se debe considerar que la formación humana, intelectual, teológica y social que recibe, para estar apto a ejercer cualquier sacerdote, más aún un obispo, es exhaustivamente exigente y asume la impronta teleológica de hacer el bien; finalidad que impone la acción del objeto moral, que consiste en decir la verdad, amar al prójimo sin limitaciones y exacerbar el valor de la persona y sus derechos como individuo con libre albedrío.
Esta cardinal orientación de apostolado en la vida de un sacerdote busca en última instancia el carácter moral de todas las actitudes humanas, que se llama el bien y este bien es el Dios personal al que el hombre se dirige con amor y participa de la dignidad del propio bien, por ser imagen de Dios. ¿Y qué leyes son más perfectas que las legadas por Dios?, simplemente el análisis filosófico profundo y hasta la simple lectura exegética de los Diez Mandamientos convencen indubitablemente al lector sobre el origen de todos los ordenamientos jurídicos del mundo, aunque nunca con su ilimitado alcance por la imperfección del hombre.
El presente artículo no pretende asignar la calidad sur sum corda al desafortunado declarante, sino que es una oportunidad para aproximarse a la comprensión del sacerdocio, cuyo estudio es ecuménico.
Investir un sacerdocio es un camino adobado de dificultades y su transitar es análogo al camino del Calvario, si no se absuelve los condicionantes básicos (vocación) y los fundamentales para continuar, que son el estudio por largos años y la corporización del apostolado, que fortalece incesantemente el espíritu de los llamados por Dios.
El autor es Abogado Corporativo, postgrado Arbitraje y Conciliación, escritor.
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