El colapso social de algunas naciones, por la ausencia de la ética y moral, se hace tan insostenible como un tremendo cataclismo que lo destruye todo. Hoy vemos al mundo como el escenario de la lucha entre el bien y el mal. Al margen del efecto global de la naturaleza, la depravación del hombre tan devastadora comienza su propia destrucción (guerra fría o la 3ra.). En nuestra nación la lucha del bien y del mal se expresa en que, ya no existe quien haga lo bueno, sociedad que carga lo malo un buen trecho del camino, sin darnos cuenta de la enfermedad que tanto nos afecta. Naufragio existencial que debe llevarnos a sincera reflexión: ¿estaremos en los umbrales del Apocalipsis?
Reconociendo nuestro descuido y omisión, olvidamos enriquecer y mantener lo intrínseco de nuestros valores familiares, producto de tan paciente y largo cultivo de herencia paternal, que remozó la alegría de tradiciones, costumbres, y un buen vivir en paz y armonía con Dios y con el hombre. Dones ahora inexistentes en una sociedad que se pierde entregada a su libre albedrío, materialista y consumista, que no le permitió percibir que el influjo moral y espiritual de los valores se venía abajo, deformando así las simientes de nuestra existencia social e integridad espiritual.
Este vendaval de violencia criminosa, exacerba los límites del génesis y su base ética, “indignidad de la naturaleza humana”. El hecho es que la humanidad ha sido siempre dañina y destructora, maldad que se impuso dominante, con una irracionalidad que se ensaña con tanta crudeza, que nadie es “no mejor que las bestias”. “En estos días hay más concordia entre las serpientes que entre los hombres”, decía Plauto (siglo segundo a J.C.), desde luego, ahora salvando grandes excepciones, este adagio mantiene gran significación, por nuestras hostilidades, perturbaciones y conflictos.
En una nación, es el gobierno el que debe dar las pautas del buen comportamiento social, pero si éste como un “mal ejemplo” desprecia, vulnera las leyes, la CPE, se hace cómplice y encubre los delitos políticos, manosea la justicia indolente, desarticula la institucionalidad, privilegia y prebendaliza sectores afines, etc., etc., al mismo tiempo de la pésima y baja calidad de la mentalidad de nuestra educación, resulta toda una gran razón para desafiar a la ley. Sin temor a equivocarnos, los males se han intensificado notablemente, debido a una serie de factores endógenos y externos, que han influenciado radicalmente en el comportamiento social.
En alguna radio-televisión, sin generalizar el abanico de los males sociales, tertuliaban sobre el “porqué de tanto crimen y la pérdida de los valores humanos”. Un presentador con voz airada expresaba que la “Biblia ha fracasado”, repitiendo en varias oportunidades un exabrupto, una blasfemia. Creer dominar el conocimiento es perturbador. Dios es el único omnisciente y su palabra no pasará. La Biblia nunca fracasa y nada tiene que ver con el comportamiento de entes de la miseria humana. Por el contrario, salvando grandes excepciones, son otros los que dedicándose a menesteres ajenos fracasaron y se descuidaron de su responsabilidad evangelizadora al no transmitir la palabra de Dios, “reflexionando y exhortando” a la iglesia de Dios. El pueblo ha decrecido espiritualmente y le ha dado las espaldas a Dios, ahora todo es más importante que Él.
El colapso de las sociedades llega cuando se pierde todo sentido ético de la conducta, no basta que todos se impliquen, sino que algunos ejerciten sus virtudes alrededor de los que disocian. La ética y moral siempre fue un gran limitador de conductas, pero muchos las acondicionan a diversos factores, de aquí el comportamiento individual que se camufla significa que la apariencia del bien resulta la textura del mal y se diferencia del resto por sus dogmas.
Todo esto depende de la educación y cultura de la sociedad. José Ingenieros decía: “El título de cualquier profesión o mención honorifica, se va al basurero, no sirven si éstos no están acompañados de cultura y educación, y esto no se encuentra o consigue en ningún otro lugar que no sea en la cuna o la casa”.
Tanta angustia, que nos lleva a recordar algunas estrofas del tango argentino “Cambalache”: “Pero que este siglo es un despliegue de maldad insolente, no hay quien lo niegue, vivimos revolcados en un merengue y en el mismo lodo todos manoseaos. Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio, chorro, generoso o estafador, ¡todo es igual! ¡Nada es mejor, lo mismo un burro que un gran profesor…”.
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