La Teleología es la doctrina que estudia los fines o finalidades y si aplicamos ésta al discurso del actual régimen de gobierno del socialismo comunitario y revolución democrática cultural y del cambio, encontramos la finalidad de ese difuso discurso en el “vivir bien”.
Algunos generosos teóricos del proceso de cambio sostienen que el vivir bien importa una vida comunitaria en armonía con la naturaleza y, por supuesto, con los individuos que hacen a la sociedad, cual una suerte de valor superior que rija la vida de los individuos en la comunidad. Pero encontramos que el discurso del vivir bien es, por el contrario, una concepción y realidad que tiene que ver con la vida de los individuos en relación con los ingresos económicos que le permiten subsistir o vivir bien; resulta un concepto individualista alejado de la concepción solidaria con otros individuos.
Así, si le preguntamos a un individuo del área rural sobre si vive bien (nosotros lo hemos hecho), éste responde que sí, tiene alimentos para no morir de hambre, una casita que lo protege de las inclemencias naturales, sus animalitos que le dan productos y un área que cultiva, los fines de semana asiste a las reuniones de su grupo social, donde generalmente bebe y se divierte y distrae, vive bien en su concepto de vida, pues no conoce otro. Si la misma pregunta la hacemos a un individuo que trabaja en una empresa citadina y percibe un alto salario, éste también nos dirá que vive bien, pues este concepto es de opinión personal y responde a lo que conoce como vivir bien.
Otra cosa distinta, desde la antigüedad de la Grecia clásica, es el buen vivir, que significa vivir respetando los derechos y dignidad del prójimo, acomodando su conducta a lo que disponen las leyes y, en general, con un código de ética personal en el que los valores humanos rigen su vida, en otras palabras, vivir en armonía con los demás y fundamentalmente con uno mismo, o en la concepción que nos enseñó Jesucristo, el más grande hombre de la historia de la humanidad, que predicó el amor al prójimo, el perdón a los enemigos y el renunciamiento a los bienes materiales, lo que no importa que nos convirtamos en monjes descalzos, sino que el fin de la vida no sea el acumular bienes y riquezas, sino vivir para los demás.
En los tiempos en los que vivimos (segunda década del Siglo XXI), en la mentalidad colectiva de nuestros conciudadanos se ha introducido, como finalidad de vida, el hacer fortuna, no importa cómo, o a costa de quién, lo importante es conseguir beneficios económicos y para esa finalidad los medios no importan, una suerte de “no me importismo” sobre los asuntos de la sociedad, mientras se esté bien individualmente.
Los jóvenes han abandonado los ideales de la política bien concebida y practicada, de tal suerte que esa conducta ha determinado una crisis de liderazgo, que ha dejado el manejo de los intereses del Estado a individuos con escasa formación.
Un mercantilismo donde todo se vende, hasta la dignidad y honor de las personas, parece ser la nota de este tiempo. Ya el gran Napoleón sentenció: “cada hombre tiene su precio, lo importante es saber cuánto vale”, y en nuestro medio ese valor suele ser un cargo público o un chequecito que doblega la voluntad y los valores del individuo.
El buen vivir como filosofía de vida está sostenido en valores éticos que hacen a los hombres libres, en el sentido de libertad de conciencia, para obrar como es debido y como manda la recta razón.
El buen vivir que hace al desarrollo humano está alimentado por las condiciones de calidad de vida, es decir buena educación, buena salud, empleo digno y acceso a la justicia, además de otras variables. Esa calidad de vida de la colectividad, luego ha de reflejarse en una sociedad de paz, de justicia social, de estado de derecho y democracia.
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