Ana Muñoz Álvarez
Fernando vive en una de las salidas de metro céntricas de Madrid. Llueva, haga frío o calor está allí sentado con la compañía de sus mantas y sus pocas pertenencias. No habla con nadie. La gente entra y sale de la estación. Muchos ni le ven y otros le lanzan miradas de desprecio. Pero lo que la gente no sabe es que Fernando hace unos años vivía como ellos. Tenía un trabajo, una casa y una familia. Pero las cosas se torcieron y su vida más o menos acomodada parece ya muy lejana. Fernando es una de los miles de personas que duermen en las aceras de Madrid y de otras grandes ciudades del mundo rico.
Se puede decir que las cifras sobre el número de personas sin hogar no existen. En España, las autoridades y organizaciones sociales hablan de una horquilla de entre 30.000 y 50.000 personas. El que no haya cifras es el primer signo de la falta de interés por acabar con el problema o, simplemente, de ignorarlo.
La pobreza en lo que llamamos primer mundo existe. Muchos le llaman el cuarto mundo. Y la realidad es que la crisis económica ha hecho que el número de personas pobres haya aumentado de forma terrible. En España, Cruz Roja alertaba esta semana de que hay más de 800.000 personas que no cuidan su salud, que no pueden comprar sus medicamentos porque no tienen dinero para comprarlos y que recurren a esta organización para poder hacerlo. Pero también Cáritas y otras organizaciones de la sociedad civil, como Solidarios para el Desarrollo, llevan años denunciando que la pobreza en España crece y que miles de familias no tienen recursos para atender las necesidades más básicas.
En el Norte, está llegando el invierno y miles de personas no podrán encender la calefacción. Los desahucios continúan… Y los recursos destinados a los servicios sociales son cada vez menores. Los trabajadores sociales y funcionarios de la Administración no pueden estirar el dinero y advierten que miles de peticiones se quedan sin respuesta.
La pobreza molesta y tratamos de no verla, de esconderla bajo el felpudo. Incluso, ayuntamiento como el de Sevilla la multan. Así, las personas que busquen en los contenedores de basura podrán ser multadas con 750 euros. Pero la presión popular logró que se cambiara esa ley por “prestación de servicios sociales”. No sólo no se ayuda a las personas que peor lo están pasando sino que se las castiga por no poder subsistir. Tampoco parecen medidas pensadas para los ciudadanos, las nuevas plazas en Madrid donde no hay ni un solo árbol o un banco donde descansar. La excusa en que la personas sin hogar dormirían en ellos… ¿Y? ¿Es mejor que lo hagan en la acera y sobre cartones?
Necesitamos ciudades más humanas, pensadas para aquellos que las viven. En realidad, necesitamos gobernantes que piensen más en los ciudadanos, en las personas. Gobernantes que pongan en primer lugar el interés general y no el particular o el de una minoría con poder.
Hoy más que nunca el movimiento 99% tiene todo su sentido.
La autora es periodista.
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