Era el año 1851. Los austriacos que se habían apoderado de Italia, vivían en ella como dueños y señores.
En Modigliana acampaba un batallón y el cura del pueblo, Dom Veritá, era un sacerdote que había consagrado su vida al amor de Italia y tenía bastante ocupación aquellos días en procurar la salvación de los prófugos. Sabían los austriacos que pocos meses antes el patriota párroco había salvado a Garibaldi (patriota italiano); y la madre del buen sacerdote, una viejecita de aquellas que cantan alegres toda la triste vida porque saben que después de la muerte hay otra mejor, vivía en continua pena por su hijo.
Cierta noche oyó golpear a la puerta. Eran los austriacos. Avisó a su hijo, el cual se deslizó por la ventana del huerto y huyó, mientras ella corría a abrir la puerta.
–Registre inmediatamente la casa– dijo el oficial al comisario.
El comisario de policía, buscó como un perro perdiguero, mas no encontró ni al cura ni las armas que seguramente debía tener escondidas en la casa.
Finalmente, a fuerza de revolver pudo dar con una vieja espada, de cuyo puño pendía un pergamino. Miró el oficial y leyó en él estas palabras: “Asedio de Génova 1800. El general Massena al valiente capitán Veritá”.
–¡Pero esta es una espada de honor! –exclamó el austriaco arrancando el arma preciosa de manos del comisario– ¡No todos son dignos de tocarla!
Y con reverencia preguntó a la anciana quien era aquel capitán Veritá, honrado por el defensor de Génova.
–¡Era mi marido! –respondió la sencilla mujer, iluminándose su rostro.
Entonces el oficial inclinó la cabeza, volvió a leer la inscripción, y exclamó: “¡Preciosa, preciosa!” Luego besó la mano a la anciana y mandó a su gente se alejase. El mismo, la cabeza descubierta, se retiró.
Desde aquella noche, cada vez que pasaba delante de la casa del párroco, se inclinaba interiormente ante el bravo que la habitaba.
De “El Tesoro de la Juventud”.
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