Con el lema: “Si hay espíritu…”, un grupo de intelectuales de Sucre comenzó a publicar un semanario cultural con trabajos de los miembros de la Peña, de un grupo de amigos que se reunían semanalmente para compartir amistad, conversar de cuanto se les ocurriera y, sobre todo, dar rienda suelta al espíritu, al afán de querer ser más y mejores. Lo hacían en compañía del amigo, con quien se puede crecer intelectual y espiritualmente, apuntando a lo infinito de las posibilidades humanas. Con el empuje del espíritu abierto a cuanto la vida les ofrecía, pusieron el pecho a las circunstancias y se las llevaron por delante, para asombro de la sociedad estancada en el no puedo.
¿Cómo se ha recuperado el tesoro que los “peñícolas” produjeron en su tiempo, y fue entregado a los hombres de hoy? Pues, debido a la generosa inquietud de Luis Urquieta Molleda, Académico de la Lengua y gerente de la Fundación ZOFRO, quien trabaja incansablemente para producir y promover cultura en el más alto sentido del término: poner el espíritu a cultivar las potencias humanas para recoger fruto jugoso de vida, de idea, de sensibilidad, de solidaridad para el otro; de ahí que, con el clásico, pueda decir “nada de lo humano me es indiferente ni extraño”.
¿Quiénes componían la Peña de Sucre? Hombres de la talla de Gunnar Mendoza, el historiador apasionado por el acontecer humano; Fernando Ortiz Sanz, el poeta de “Prólogo al adiós”, quien fue, al parecer, el gestor de ese inquieto grupo, pues presentó un proyecto de ideas aprobadas por todos. Por eso en el primer número, en el punto 6 se lee: “Entre existir juntos o vivir con alegría, nos parece que no hay duda: en el fondo Omar Kayyham se ha divertido más que Schopenhauer. Y ambos han muerto.” Más delante, el punto 9 decía: “Queremos, en fin, leer prosas y versos, fumar, escuchar música, y procurar hacer para nuestras almas (Dios nos lo perdone) un pequeño reino en este mundo, atenidos al versículo 13, capítulo 27 de los Salmos: “Hubiese yo desmayado si no creyese que tengo que ver la bondad de Dios en la tierra de los vivientes”.
Otros componentes fueron: Guido Villagómez, el pedagogo y poeta que trabajó tanto por la educación boliviana; Enrique Vargas Sivila, el médico, Rector de la Universidad de San Francisco Xavier e investigador literario que hizo agudos reparos al crítico e investigador peruano Luis Alberto Sánchez; Julio Ameller Ramallo, el poeta de “La sombra y el alba”, y hombre de divertido anecdotario, y otros más.
¿Qué propusieron e hicieron los “peñícolas? Cada semana ponían en circulación un nuevo número de “Peña”, editada a cargo del secretario de turno, con los artículos de los miembros que habían entregado sus trabajos, en cuarenta líneas, para dar cabida a la mayor cantidad de publicaciones; lo hacían en mimeógrafo. Propiciaron muestras pictóricas, con la participación entre ellos de pintura de Gunnar Mendoza, con estilo “esencialista”, privilegiando el color sobre todas las cosas. Se propusieron crear un Índice cultural boliviano; convocaron a concurso-antología de la poesía boliviana, para lo cual Gunnar Mendoza ofreció la documentación del Archivo y la Biblioteca nacionales; rescataron a escritores como Ignacio Prudencio Bustillo, Osvaldo Molina; comentaron libros y hechos culturales; inclusive hubo polémica entre Rafael García Rosquellas y Gunnar Mendoza acerca de la comprensión de la poesía, la cual no cortó amistad alguna.
La inquietud se irradió a Santa Cruz, Tarija, Trinidad, donde hubo Peñas independientes, pero relacionadas con la de Sucre. En suma, su labor fue intensa y abrió surco, tanto que es uno de los hitos del avance de la cultura boliviana, que ha sido salvado por la Fundación ZOFRO antes de que la inmensa y oscura boca del olvido se lo trague en silencio, como sucede tan a menudo.
El autor es Miembro Correspondiente de la Academia Norteamericana de la Lengua Española.
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