Estamos a escasas cuatro semanas de la Navidad, fecha en que se recuerda el nacimiento de N.S. Jesucristo en un pesebre de la ciudad de Belén y con el mensaje: “Gloria a Dios en las alturas y Paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad”, una festividad que, por todo lo que representa Jesús, implica paz, amor, unidad, concordia y fraternidad entre todos los hombres.
Pensar en la Navidad es el surgimiento de un deseo de paz en todos los bolivianos y, como en años pasados, se hace latente la necesidad de que esa fiesta sea en paz, unidad y armonía entre todos; que haya un paréntesis -lo más prolongado posible- de unidad y comprensión entre todos; que los que poseen poder político, social y económico, entiendan la urgencia de anhelar y lograr la concordia entre todos, que terminen los resentimientos, odios y rencores, que las rivalidades político-partidistas amainen y surja un espíritu de concordia y amistad entre todos los que disienten con el Gobierno o éste con la oposición partiendo del principio de que todos deseamos vivir en paz, tranquilidad y sentimientos de caridad.
Que la Navidad pueda ser tiempo en que hayan retornado a sus hogares los presos políticos y cívicos, los que sufren condenas aún no determinadas ni menos juzgados por autoridad judicial competente, que los que sufren exilio por pensar políticamente diferente al partido de gobierno retornen, conjuntamente los que se auto-exiliaron por diversas razones y muy especialmente por temor a represalias o acusaciones sin fundamento que han adquirido una especie de institucionalidad en el país desde hace mucho tiempo.
Hacer este llamado a estas alturas, cuatro semanas antes de la Navidad, se justifica plenamente para que el Gobierno razone conscientemente, medite cristianamente y obre con mucho humanismo y pueda dictar una amnistía general en favor de todos los bolivianos, y decir todos los bolivianos es porque no se puede entender tranquilidad en las familias del país si hay conciudadanos que sufren cárcel, exilio, persecución, arrestos domiciliarios y que pende sobre muchos, acusaciones que no han sido probadas y menos juzgados conforme a ley.
Una medida social atinada por partes y desacertada para muchos, el doble aguinaldo que puede ser cancelado por unos y que implica serios problemas para otros; una disposición que beneficia a trabajadores del sector privado y a quienes son empleados públicos del Gobierno central, de las gobernaciones, los municipios, las Fuerzas Armadas, la policía, las empresas estatales, pero que ignora a otros trabajadores -por ejemplo, aun conociéndose que es una nueva modalidad en el sector privado dar empleo mediante contratos por tiempo limitado y, en casos, con cláusulas que establecen renuncia a otros beneficios que no sea el sueldo-; un doble aguinaldo que no toca los bolsillos de millones de bolivianos que no tienen trabajo fijo o lo tienen esporádica u ocasionalmente, un beneficio que no llega a jubilados porque se cree seguramente que “no tienen derecho por ser de la tercera edad y porque ya vivieron su vida”; un aguinaldo doble que no llega a miles de hogares para paliar situaciones de extrema pobreza; un aguinaldo doble que implica alegrías para pocos y decepción para los más.
Es tiempo, pues, de enmendar conductas; de abandonar las poses de soberbia y petulancia; un tiempo navideño, previo al nuevo año, que incita a renunciar a rencores y resentimientos, que obliga a abandonar odios y complejos; un tiempo en que todos los bolivianos, sin distinción alguna, pueden sentir el amor, la caridad, la unidad y toda virtud o condición que implica entender y sentir que todos somos hijos de Dios y de la misma patria que es Bolivia.
El Gobierno, si quiere, puede dar brazos a torcer en relación con su posición mostrada durante años en que no recordó la urgencia de dictar amnistía, un tiempo en que más pudieron la soberbia de quien tiene poder y se cree en el derecho de negar o conceder lo que fuere con tal de no perder un mínimo de autoridad. Es tiempo, pues, de tener autoridad plena con sentimientos que muestren a todos que las autoridades están consubstanciadas con el espíritu de Navidad, honran a Jesús y proclaman ante el Papa las virtudes mostradas en los Evangelios y que narran la vida del Señor.
El pueblo, imbuido del sentido cristiano que ha dado a su vida, querría que el Gobierno actúe con la altura, sindéresis, concordia y espíritu de entrega al país dictando una amnistía general que, en todo caso, le causará mayor beneficio a él mismo que a los beneficiados con la cristiana medida.
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