Los ex presidentes de Uruguay Luis Alberto Lacalle y de Colombia Andrés Pastrana, en la conferencia que el Club de Madrid auspició en la ciudad italiana de Florencia, coincidieron en sus exposiciones en criticar a las democracias autoritarias, que algunos estudiosos del tema las hemos bautizado como “democraduras”, es decir regímenes que originados en el voto popular y legitimados de esta manera (aunque algunos gobiernos latinoamericanos de ese corte, inflen sus votos con el fraude), una vez en el poder se tornan autoritarios, atropellando los derechos humanos, los derechos civiles y políticos de los que piensan distinto y ejecutando otras políticas que desdibujan lo que se entiende por democracia.
Los ex presidentes Lacalle y Pastrana criticaron a lo que consideran “democracias autoritarias”, que estarían debilitando el sistema democrático en Latinoamérica, además de la creciente corrupción de narcotráfico que, como en México, ha debilitado la institucionalidad de la sociedad organizada en Estado.
Luego de las largas luchas de los demócratas para desterrar a las dictaduras de corte militar que gobernaron muchos países latinoamericanos, desde las décadas de los 60 a los 80, recuperada que fue la democracia como sistema de gobierno de la sociedad, una década más tarde aparecieron los primeros gobiernos de corte izquierdista en Nicaragua y Venezuela, que devinieron en regímenes populistas, para luego expandirse a Ecuador, Bolivia y en alguna medida la Argentina. Si bien también en el Brasil se instaló un gobierno izquierdista que aún sigue en el ejercicio del poder (aunque con muy poco respaldo), las estructuras democráticas y liberales se mantuvieron en buena medida, pero en los otros países afiliados al ALBA, el modelo casi se ha uniformado.
El primer rasgo de la “democradura” es la legitimación del poder por el voto popular, el que resulta alineado por el prebendalismo y las políticas asistencialistas (reparto de bonos en dinero) y otras, aunque como ya lo dijimos, con algunos porcentajes de fraude electoral y la obediencia de los tribunales electorales.
La reelección constante es otra de las características de la “democradura”, viabilizada por la reforma de las Constituciones Políticas que prohíben la permanencia en el poder por la reelección.
La persecución y anulación de las corrientes partidistas opositoras, que ha debilitado el ejercicio democrático de la participación ciudadana en el quehacer de la administración de los intereses públicos, pues la fiscalización es casi nula, y el rol fiscalizador de la oposición es inexistente.
El control de todos los órganos o poderes públicos, en especial de la justicia, que ha determinado que la ciudadanía esté inerme en la defensa de sus derechos.
El control de los medios de comunicación y su sometimiento a los dictados del poder ha minimizado los derechos de información y expresión de la ciudadanía.
El uso y abuso del poder, sin controles a la gestión, a la disposición de recursos públicos; el incumplimiento de normas, manejo arbitrario de lo público, derroche de recursos económicos, obras elefantiásicas y prebendalismo en procura del apoyo de sectores sociales.
La permanencia en el ejercicio del poder, con intenciones de que sea indefinida, afectando el principio democrático de la alternancia en el poder político, y configurando un retorno a una neomonarquía, donde el caudillo es el principio y fin de todo lo que tiene que ver con la administración de los intereses públicos.
Incumplimiento de los gobernantes de las leyes y normas que regulan el ejercicio del poder, colocándose por encima de la ley y liquidando el estado de derecho.
Ejecución de políticas públicas apartadas de planes y programas preestablecidos, todo en función de la permanencia en el poder y halagar a los sectores populares.
Relaciones internacionales ideologizadas, donde unos países y sus gobiernos son enemigos y otros amigos (por coincidencias coyunturales), afectando los intereses nacionales, y otras políticas apuntadas a la permanencia en el poder.
Una suerte de abandono de la democracia en el mundo, pareciera ser la nota de este tiempo, pues como dijo Francis Fukuyama: “Sin demócratas no hay democracia”.
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