Conforme transcurre el tiempo, lo vivido deja experiencias y lecciones dignas de tomarse en cuenta; pero, fundamentalmente, adquieren fortaleza y vigencia la caridad y la esperanza.
En Bolivia, como en todo el mundo, muchas generaciones han experimentado las bondades de la civilización a través de la cultura, la educación, las ciencias, la tecnología y, sobre todo, la valoración de lo bueno pasado y lo sublime que es el crecimiento de los valores y principios que, año tras año, siembran semillas para beneficio del futuro. Esta es realidad inmanente a todo ser humano porque, por la misma condición de ser finitos con relación a lo infinito que es Dios, hay una conciencia que permanentemente atesora lo bueno y da fuerzas para rechazar lo malo.
Las realidades vividas en el pasado son, pues, tesoros para aplicarlas especialmente cuando se trata de vencer situaciones de pobreza en que campean las enfermedades, la desnutrición, el hambre, la falta de educación y especialmente, el no fortalecimiento de virtudes que se hacen valores y principios que son básicos para el diario vivir.
Un pasado lleno de experimentos políticos de toda laya, porque pasamos en Bolivia por momentos en que parecían imponerse doctrinas que, al igual que todas, prometían mejores días y condiciones de vida para todos los bolivianos en base a programas, voluntades y propósitos que no siempre se cumplieron porque prevaleció en todo la demagogia, el populismo, las diferencias y antagonismos, los egoísmos y los complejos porque se sobrepusieron a las buenas intenciones y deseos los intereses personales, de partido o de grupos que, con sus hechos, han demostrado ser contrarios a toda causa del bien común.
Pero, contrariamente a lo que propugnaron la demagogia, el partidismo hueco e insensible, el populismo y las doctrinas que buscaron imponer medidas “revolucionarias” sin que se produzcan cambios que evolucionen siquiera mínimamente las conciencias de sus propugnadores que en los momentos aptos para las soluciones, olvidaron propósitos, programas principios y valores de toda moral. Hay que convenir en que todo ello fortaleció de alguna manera el espíritu del pueblo, seres humanos con virtudes y defectos, aprendieron a aquilatar lo pasado y sacar conclusiones para entender que el hombre sólo puede coexistir en la práctica de la verdad, la libertad, la unidad, la paz y la justicia.
Hoy, viendo ese pasado, lleno de experiencias, decepciones y frustraciones, quedan las esperanzas de mejores tiempos, de un tiempo que puede ser constructivo por voluntad de todos y muy especialmente de quienes poseen poder político, económico, social, cultural o de cualquier naturaleza que sirva, conciencial y responsablemente, al bien común teniendo en cuenta que el fundamento de la convivencia hay que ponerlo y sentirlo en el principio de la personalidad natural y dignidad del hombre, dotado de derechos y deberes. Todo esto tiene una importancia extraordinaria para lograr la convivencia humana informada por los principios y valores que tienen que ser práctica permanente, porque cuando en un hombre surge la conciencia de los propios derechos, es preciso que aflore también la de las propias obligaciones, de tal forma que el que posee derechos tiene, asimismo, como expresión de su propia dignidad, la obligación de exigirlos, mientras los demás tienen el deber de reconocerlos y respetarlos. Igualmente, la práctica y el reconocimiento de los propios derechos da lugar a la urgente necesidad, consciente y responsable, de cumplir deberes y obligaciones porque no pueden haber derechos sin que estén consubstanciados con los deberes.
Estas son realidades que, sobre todo los gobiernos, deben reconocer y practicar; lo contrario implica vocación por ignorar derechos fundamentales porque no se tiene noción ni conciencia de los propios deberes y obligaciones que mandan cumplir la sana conciencia, la Constitución y las leyes que rigen en el país. No cumplir ni hacer cumplir las partes inherentes a la vida del ciudadano, es adentrarse en los campos vedados del totalitarismo, la dictadura y la tiranía.
Empezamos un nuevo año; pero, sobre todo, debe ser el cumplimiento de deberes y obligaciones por parte de quienes tienen poder para ello que, como siempre ocurre, será en conjunción con la parte que corresponde al pueblo que normalmente actúa en consonancia con lo bueno que hagan quienes actúan como autoridad. Un año para corregir lo mal hecho, mejorar lo bueno y buscar los mejores medios y formas para realizaciones que sean constructivas y, en unidad de todos, los mejores medios para vivir en paz y armonía, alejados, finalmente, de la soberbia y la petulancia que tanto daño han causado al conjunto de todos los bolivianos.
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