El “sentido común” de La Teoría de la Praxis de Antonio Gramsci -con seguidores en el país- plantea la conquista del proletariado por efecto de la saturación ideológica marxista a cargo del estamento intelectual del partido, con el objetivo de lograr un “sentido común” que posibilite la conquista de la sociedad total. El “sentido común” y la “hegemonía” de Gramsci fueron expuestos a grandes rasgos en un artículo nuestro anterior, en estas mismas páginas.
Estas propuestas del pensador italiano, como toda aspiración político-social extrema, derivan en utopías, sirviendo solamente para ilusionar -sino engatusar- a catecúmenos o bien a contingentes con ansias de reivindicación frente a los sistemas capitalistas. La realidad es que ningún movimiento político logró establecer un sentido común pleno en sociedad alguna, inclusive después de haber ensayado una hegemonía o supremacía doctrinal. Los intelectuales del actual proceso de “cambio” recurren discursivamente a estos conceptos.
El “sentido común” proviene del “acuerdo universal”, fundamento de la escuela filosófica escocesa de los siglos XVIII y XIX en oposición al dogmatismo y al escepticismo. Este es el antecedente inmediato y, como se ve, no creación original de Gramsci. El imposible “acuerdo universal” en Bolivia no parece tener otro camino que la imposición forzada sobre la base de autoritarismo y dictadura.
No sólo lo anterior, sino que el sentido común marxista se hace incompatible con el verdadero credo indianista en todo el Ande, porque una de sus premisas básicas e ineludible de este credo es el rechazo, condenación y execración de la cultura occidental sin excepción alguna, incluido, por supuesto, el marxismo-leninismo. Así lo proclama el padre del indianismo boliviano Fausto Reinaga en una diversidad de sus obras -autor de repercusiones andinas-, a quien debe el indianismo oficialista de nuestros días la totalidad de su prédica política.
Así vemos una retorsión del vocablo sentido, equivalente a sensatez, sea individual, sea colectiva. En otras palabras es la dirección o trayectoria hacia conductas correctas, equilibradas y por consiguiente no susceptibles de inclinación a ningún extremo. Con estas apreciaciones estamos en presencia del “buen sentido”, cuyo carácter natural se coloca a salvo ante cualquier género de imposiciones. En contraste, el “sentido común” marxista busca la toma del poder político hegemónico y sectario. Si el buen sentido se asentara en los hombres y en los pueblos, el bien común, portador de una sociedad justa y armónica, no sería lejano.
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