El intento de gobiernos de Venezuela para sacarla de la condición colonial que padecía no ha tenido éxito desde hace 15 años. Ahora se encuentra en crisis terminal y terapia intensiva, por lo cual las autoridades acuden a tratamientos medicinales de urgencia, pero en realidad son extemporáneos, ineficientes y resultan peor que la enfermedad.
Uno de los problemas que enfrentan los casi 15 millones de venezolanos consiste en que no tienen mercados de donde abastecerse para el pan de cada día, ni para otros alimentos como leche, legumbres, carne, verduras y otros imprescindibles para sobrevivir. Esa situación ha obligado a las autoridades de la patria de Bolívar a tomar medidas de urgencia, aunque finalmente no tienen éxito y dan como resultado que la nueva estrategia para alimentar a un pueblo famélico consiste en privarle de lo último que tiene para llenar el estómago.
Al empezar la “revolución bolivariana” de Hugo Chávez se planteó como una de las soluciones a la economía venezolana, el dictado de una nueva ley de reforma agraria, medida justa y necesaria para un país que había abandonado la agricultura por el petróleo durante casi cien años. Sin embargo, esa reforma agraria fue tan mal concebida y peor realizada que terminó en un fracaso absoluto y los venezolanos se vieron obligados a consumir alimentos extranjeros mediante importaciones de alrededor de 4 mil millones de dólares al año.
La ley de reforma agraria vigente en Venezuela es en la actualidad el talón de Aquiles de la realidad económica de ese país. En efecto, el fracaso de esa medida agraria no sólo constituye el fracaso de la agricultura, sino que significa el fracaso de toda la “revolución bolivariana” y principalmente a ella debe atribuirse el colapso del proceso de cambio de ese país.
Frente a esa situación (y muy parecida a lo que ocurre en Bolivia) el Gobierno ha anunciado que emprenderá “una nueva estrategia agroalimentaria”, pero, por lo que se conoce, en vez de tomar al toro por las astas (es decir solucionar el problema agrario), lo que hace es igual que el cojo, echarle la culpa al empedrado, o sea acusar a Estados Unidos del desastre y así prolongar el estado de hambre de los millones de venezolanos.
Al no tocar la cuestión agraria, el régimen político de Venezuela no está dando la menor solución al problema de la alimentación de su pueblo, ni mucho menos. Lo que está haciendo, en realidad, es hacerse de la vista gorda y agravar la situación, vale decir que la solución para la crisis alimenticia consistiría en hacer que los venezolanos coman menos o no coman. Estaría igual que el campesino que para evitar gastos en su burro, decidió reducirle los alimentos poco a poco, hasta que un día lo encontró muerto y se consoló diciendo: “Se murió justo cuando estaba aprendiendo a no comer”.
La “revolución bolivariana” no resolvió el problema agrario, más bien lo agravó. Si lo hubiese resuelto, estaría produciendo alimentos y ese proceso no habría colapsado como ocurre con otros movimientos revolucionarios, que fracasaron (como en la Unión Soviética) por no resolver la cuestión agraria, talón de Aquiles de cualquier revolución, esquema en el que también ha caído Bolivia con la aplicación de una legislación agraria obsoleta que lleva a los mismos frutos que al proceso venezolano.
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