Desde octubre de 1985, cuando retomamos -ojalá definitivamente- los caminos democráticos, hemos tenido diversos procesos electorales y referendos; en todos ellos han actuado diversas corrientes político-partidistas y muchas de ellas aún están vigentes y muestran no haber aprendido del pasado.
Iniciamos un nuevo año y nos aprestamos a intervenir en otro proceso de elecciones; sin embargo, ni los partidos políticos de antigua data ni los de nuevo cuño parece que hubieran aprendido del pasado y de las propias experiencias, porque se sigue cometiendo los mismos yerros que, como vergüenza lapidaria, lastiman a todo el pueblo boliviano, porque siempre se creyó que la política partidista debería estar imbuida de principios de respeto y consideración a la comunidad de la que emergen los electores.
La división se ha hecho, para las tiendas partidistas, una especie de “modus vivendi”, como si ello fuese factor de fortalecimiento y energía; pero, por su soberbia y petulancia, todos los grupos creen ser lo mejor y los elegidos para ocupar altas funciones en los destinos de la nación. La vedad es que todos están equivocados totalmente, porque la comunidad nacional, que ya los conoce, se pregunta hasta dónde llegará la incapacidad de los políticos para entender que sólo la unidad de intenciones puede hacerlos fuertes; unidad de intenciones y propósitos que, cada quien por su lado, cumpla en bien del país. Para ellos, hasta ahora, todo cargo es el inicio del goce pleno de poder y riqueza y no hay principios que cuenten ni razonamientos que los haga volver a la cordura; están divididos por los intereses en pugna y las ambiciones que los enferma.
Es, pues, triste y decepcionante el papel que juegan los partidos políticos, empezando por el de gobierno, el MAS, que muestra serias discrepancias en muchos sectores de su militancia, donde cada uno quiere ser candidato y, en casos, se siente ganador absoluto de las elecciones. Así, por los caminos de la discordia y la desunión nadie llegará a metas seguras y lo único que hacen es ahondar más las diferencias, decepcionando a los posibles electores que, en casos, derivan a otras candidaturas, donde existen los mismos yerros y despropósitos.
¿Cuándo aprenderán los políticos que el servicio, la conciencia de país, la unidad de propósitos, sin renunciar a las ideologías, la armonía y el respeto tienen que ser medios para alcanzar efectivamente la confianza popular? ¿Cuándo entenderán que su meta debe ser amar al país y servirlo consciente, honesta y responsablemente? ¿Cuándo aprenderán de sus propios errores y de los ajenos que han dejado sembrados anteriores procesos electorales?
Es necesario e importante que las fuerzas partidistas en pugna para las elecciones actúen con capacidad para el diálogo, con vocación de servicio, con seguridad de estar convencidos de buenos y honestos propósitos; de otro modo, que dejen el campo para quienes podrían actuar más responsablemente que ellos.
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