El doble deseo de atenuar el sufrimiento y operar en las mejores condiciones posibles a un paciente, indujo desde hace mucho tiempo a buscar las propiedades anestésicas de que estaban dotadas cier-tas plantas: la adormidera producía el opio; el beleño y la mandrágora fueron empleados con análogo fin, pero no resul-taron tan buenos recursos. La ciencia pa-recía declararse impotente, hasta el extre-mo de que en 1839 el profesor Velpau, consideró que “el buscar la insensibilidad era una quimera, y que debía prohibirse el ir tras ella”. Dos años después, Horace Wells y Mortonú consiguieron, en Boston, la primera anestesia general; Liston la obtuvo con los vapores del éter, y un año después, Flourens empleó también con éxito el cloroformo. Esto sucedía en 1847; en menos de diez años el dolor quedó suprimido de las operaciones por los tres poderosos anestésicos citados y de la quimera se pasó a la realidad.
De Sucesos para todos. Num. 686.
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