Carlos Johnston
Hay 36 millones de niñas en el mundo que no tienen acceso a una educación, algo que puede llevarlas a la exclusión social.
Los conocimientos obtenidos en una escuela sirven a las niñas de entre 6 y 11 años para estimular sus ideas y desarrollar conocimientos, algo que sería de gran ayuda para una futura proyección laboral, para fomentar la autonomía, la alfabetización propia y la de los hijos. Según la ONG Coordinadora, en los países menos desarrollados no saber leer ni escribir puede ser un síntoma de desigualdad. En zonas rurales se prefiere la educación del niño antes que la de la niña, lo cual las condena de forma automática a otras tareas como el cuidado de los hermanos pequeños, la limpieza de la casa, etc.
Otro contratiempo que se presenta para su educación es el matrimonio precoz. La Silla Roja, iniciativa de la organización Entreculturas que busca revertir este tipo de problemas, expone que en lugares como Nepal el 40% de las niñas están casadas antes de cumplir los 15 años. En países como Etiopía van más allá, muchas veces obligándolas a casarse a los 7 u 8 años. Esta ONG también denuncia que aunque la educación básica debería de ser obligatoria y gratuita, aún se realiza pagos de derechos de matrículas en primaria. Pero también revela un dato esperanzador: Las madres que han sido educadas y tienen conocimientos sobre nutrición, salud e higiene tienen el doble de posibilidades de que sus hijos sobrevivan tras cumplir los 5 años.
Aun así, todavía hay esperanza. A lo largo de todo el mundo continúan los esfuerzos por promover la escolarización. La ONG española InterRed fue la última en participar al recaudar durante dos semanas fondos para esta causa. La campaña, bajo el título “No te quedes de brazos cruzados”, fue todo un éxito. La directora de InterRed María del Mar Palacios aseguraba que “no puede ser excusa para el acceso a la educación de las niñas la pobreza, la discriminación, el idioma, la lejanía de la escuela y la mala calidad educativa”.
El agua o la comida son necesidades básicas, pero sin la educación los obstáculos para conseguir dichos víveres imprescindibles son aún mayores. Las sociedades más desarrolladas deberían solidarizarse para ayudar a dibujar millones de sonrisas en niños y niñas que sueñan, noche y día, con la posibilidad de aprender.
El autor es periodista.
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