Menudencias
Una semana después de los tiros con que el fanatismo islamita pretendió acallarlo, Charlie Hebdo está hoy “vivito y coleando”. Más vigoroso y con más salud que antes. Lo ocurrido con el semanario de París, que dividió aguas en el mundo, será seguramente un caso emblemático de estudio por sus repercusiones e implicaciones. Más allá de los temas ideológicos, políticos y de principios en que se enmarca, el cruento atentado tiene connotaciones de cuyas conclusiones hay mucho que aprender.
La primera, lo recalcaron varios medios en Bolivia y en otras
partes, es que a la libertad de expresión no se la mata a tiros. Las balas abonan siempre la tierra fértil de las ideas y la imaginación humana, para bien o para mal. Antes del atentado, la tirada semanal del semanario era de apenas 60.000 ejemplares. Cuantitativamente pocos, considerando las dimensiones de su mercado. Pero cualitativamente grande, por su público objetivo de lectores. La de este miércoles llegó a los cinco millones de ejemplares, un récord mundial.
La portada del semanario, con la caricatura del profeta llorando bajo el epígrafe “Todo está perdonado” (¿sincero o de fina ironía?) tuvo además repercusión extraordinaria. Los diarios de todo el mundo le sirvieron de caja de resonancia y la replicaron. Más allá de la tragedia, la consecuencia es una formidable inyección publicitaria a favor del semanario al que se pretendió eliminar. A partir de hoy, sus niveles de circulación se mantendrán junto a los que tienen los grandes diarios franceses.
Por encima de las causas aparentes y directas del atentado, que los terroristas pretendían justificar con su pregón de venganza del Profeta, la gente en el mundo entendió que los tiros, en realidad, pretendían matar la libertad de expresión. Y se unió para defenderla por encima de sus diferencias ideológicas o económicas. Los cintillos negros de los diarios en nuestro país lo expresaron de manera contundente, en contraste con un silencio gubernamental inexplicable, que redujo su condena a extremismos políticos enfrentados.
Desde que nació al arrullo de las protestas del “mayo francés del 68”, Charlie Hebdo fue un referente importante de posiciones contestatarias de izquierda. Desde esa óptica, cuestionó siempre el orden político, económico y religioso, donde quiera que sea. Pero como la religión, por cuestión de fe, es tema de sensibilidad particular, su posición resultó para muchos difícil de comprender. Sobre todo en un estado que se dice laico, como el nuestro.
El semanario francés, en realidad, defiende a rajatabla y desde sus orígenes esa posición. Las normas de la religión son de cumplimiento exclusivo de sus creyentes. Por obligación o por cuestión de fe. Los problemas de la vida en comunidad comienzan cuando se mezclan mandatos de fe religiosa con normas de vida política. El principio básico en democracia es la convivencia de todas las posiciones políticas, sociales, económicas y religiosas, bajo leyes de acatamiento y respeto común.
En ese marco tiene sentido el Estado laico que estipula, por primera vez en la historia de nuestro país, la Constitución vigente desde el 2009. La ley rige para todos, por encima de sus distintas creencias religiosas, que no pueden servir de excusa para la toma de posiciones políticas. Mucho menos, para justificar fanatismos como los que se expresan en las actitudes de los fundamentalistas islámicos y violentos como el que estalló la semana pasada en París. Más allá de ignorancia respecto a la posición ideológica de Charlie Hebdo, calificarlo como medio “xenófobo” y de “derecha cavernaria” es algo así como pretender justificar un crimen contra su libertad de expresar sus ideas y opiniones sobre la presencia del fundamentalismo islámico en la vida política de los países musulmanes. Con el mismo énfasis, vale la pena recordar, criticó antes al catolicismo por su influencia en la vida política de otros países.
Se puede, por cierto, discrepar con la forma de expresión de esas ideas. Pero ese es un tema subjetivo. El hecho objetivo, en cambio, es que la ironía, la caricatura y el humor son, desde siempre en la historia de la humanidad, una herramienta formidable de crítica y expresión política. Tal vez la más contundente.
En nuestro país hay buenos ejemplos. La “noticia de perfil”, de Paulovich, es uno de ellos, desde hace más de 50 años. Y hay también casos de intolerancia como la que obligó a algún caricaturista político a cambiar de rubro por ironizar sobre un “rodillazo” deportivo presidencial o el del caricaturista que hizo una viñeta sobre una tragedia en el carnaval de Oruro.
El peso de ese género periodístico es tan evidente que lo ocurrido con el semanario parisino derivó en la decisión que asumió el martes el Parlamento francés de “medidas excepcionales” en la “guerra contra el yihadismo”. Y en el llamado de las organizaciones musulmanas de Francia, donde viven cinco millones de musulmanes, a “mantener la calma, evitando las reacciones emotivas e incongruentes” y sobre todo a “respetar la libertad de opinión”.
El primer ministro de Francia lo explicitó de manera clara. Francia, dijo, “no está en guerra contra una religión, no está en guerra contra el islam y los musulmanes”, sino “contra el terrorismo, el yihadismo y el radicalismo islámico” y “en defensa de los valores”, entre ellos las libertades de expresión y de opinión. Nada más.
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