Juan Bautista del C. Pabón Montiel
Informados estamos de las condiciones en las que fueron instalados los teleféricos; sin licitación, manu militari se colocó los postes, aun sin cuidar la vida privada de los propietarios de edificios o de los vecinos que construyeron sus casas en las alturas, probando el coraje del kolla capaz de elevarse a los cielos, levantando “su techo propio”, como suelen repetir los demagogos de turno.
Pero no todo es malo y debemos reconocerlo. Llegamos del autoexilio dorado, de las sabanas verdes y el clima superior a una temperatura de 35 g.c. en verano. Y, señores, subimos al teleférico en dos oportunidades; deseábamos probar el temple y el valor luego de una década de ausencia en la tierra natal.
He aquí que les relatamos lo que pudimos observar, para que, se eviten tacharnos de “críticos destructivos”, con palabrejas como “los malos bolivianos”, frase que se acuñó durante la dictadura del extinto Hugo Banzer Suárez.
1.- Una atención de primera de los policías o gendarmes municipales. Viendo nuestras canas y bastón de viejos, nos tomaron de la mano, llevándonos a comprar el boleto. Luego nos condujeron al teleférico, ayudándonos a entrar con mucha misericordia al vehículo. Al regreso, a pedido nuestro una muchacha -que podía ser nuestra nieta- nos dirigió hasta los servicios higiénicos, sin temor y con mucha responsabilidad.
2.- Vimos desde el cielo paceño construcciones increíbles, hechas a mano, gradas que ascienden a las mismas rocas de las laderas de la ciudad del Alto. Vimos a personas altivas, a cholas, mestizos, blancos, escalando con ese indomable carácter invencible indo-mestizo, con una paciencia espartana, el solar que nos legaron los abuelos.
3.- La Paz, tocando con la mano el Universo infinito, se divisa cual proeza de los tiempos, con señas y marcas de una cultura que no desaparecerá, porque los brazos y los hombros de sus hijos pervivirán en la memoria de las eras.
4.- No tenemos información de si administra el teleférico la comuna paceña o una empresa privada. Reconocemos nuestra ignorancia y falta de información. Sin embargo, señores, cuánto desearíamos que esas gentilezas, delicadezas y respeto por las personas jóvenes, niños, viejos lo demuestren también en algunos hospitales estatales, en los que parecería que ser médicos o enfermeras lo tomaron como una ocupación a falta de empleos.
Final: salimos de la curiosidad y rescatamos todo lo bueno y señalamos, al final, lo que sucede comúnmente en los centros de salud. ¿O fue un buen sueño en el país donde el mal trato a las personas es una institución?
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