El presidente Morales denota en sus recurrentes expresiones la profunda, legítima preocupación y decepción por el estado de la justicia en Bolivia, afectada severamente por la corrupción y las interminables componendas que se entrelazan entre delincuentes y operadores de justicia, como verdad irrefutable. Esta es la causa fundamental de la deplorable calidad de equidad e injusta impartición de justicia que se aleja de la ansiada aspiración de la colectividad, de confiar en la aplicación del Derecho en su contenido, como normas incontestables, inmodificables y correctamente interpretadas, en contraposición a los intereses económicos de una parte, pues no son todos, de los que deciden en las investigaciones y en las sentencias actualmente, creando una inseguridad jurídica que desprestigia a nuestro país y zahiere su credibilidad a todo nivel, siendo el daño más contundente y difícil de mensurar en la diversidad de sus relaciones.
La ausencia de patriotismo y amor a la pertenencia no es advertida a sabiendas por los que actúan directamente en este siempre floreciente e ilícito negocio. Nuestros procedimientos en general están correctamente concebidos, si bien perfectibles; lo que distorsiona a la justicia sin recuperación es la manipulación de las facultades procesales garantizadas a demandantes y demandados y la acendrada negligencia y pertinaz reticencia a no buscar la verdad en la profundidad, que debía ser la línea de conducta y acción inmutables, unida a la conciencia moral en todo servidor público que investiga hechos e imparte justicia.
Las astucias, los ardides y bajezas a los que se recurre con el propósito de tener la razón, pero no la verdad, son tantos y variados que se repiten con regularidad pasmosa. Lamentablemente se hereda estas abominables prácticas que exacerban la tolerancia y la sensibilidad de los que las padecen; esa transmisión de prácticas ilícitas se genera como efecto de la exigua formación de muchos abogados que optan por este peligroso sendero para vencer al adversario, pues con argumentos y fundamentaciones sólidos, extraídos de la interpretación de nuestro ordenamiento jurídico, no pueden, por ausencia de conocimientos consolidados y por haber perdido esa cronológica oportunidad cuando eran estudiantes; ahora en la actividad es más fácil y rentable seguir la corriente de la corrupción.
La antedicha circunstancia de la justicia actual motiva la tendencia de estudiar Derecho sin la profundidad y dedicación necesarias, como un apostolado, para asumir la capacidad de interpretar las leyes siempre en pos de encontrar la verdad que estructura al jurista como un hombre de bien excepcional. La inextricable dificultad de erradicar esta inmanencia de la corrupción en la justicia se funda en la transmisión de los propios abogados, operadores de justicia, a los jóvenes estudiantes que realizan sus prácticas en los diferentes procesos, subvirtiendo sus ingenuas mentes, además de explotarlos al no conceder la debida remuneración justa.
Las astucias y los ardides se repiten en los diferentes procesos y en las personas, por lo que se los puede identificar sin dificultad, falta la auditoría implacable y constante de juristas con conciencia moral indestructible y sólida formación jurídica en Derecho para desestructurar esa red de corrupción, cada vez más resistente.
El autor es Abogado Corporativo, postgrado en Arbitraje y Conciliación.
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