Punto aparte
La nueva gestión presidencial que iniciará mañana Evo Morales no se presta mayormente a suponer que vaya a ser diferente a los nueve años pasados. Entonces: ¿Será más de lo mismo? Hay que juntar los dedos para que no sea así. Es tiempo de que se imponga ya la madurez. Se reconozca los errores y no se los repita. En cambio, profundizar en los aciertos y así tener la conciencia tranquila.
Empezar con las hojas en blanco y las aguas cristalinas le dará resultados halagadores, en lo personal. Memorable en lo histórico. Optar por seguir llevando sobre las espaldas un legado pesado, nada conciliador y cada vez menos democrático, sería ignorar el sentir nacional.
En todo caso, lo último que hay que perder es el optimismo. A veces, los seres humanos son imprevisibles, con mayor razón aquellos que detentan el poder.
Dos y hasta tres signos positivos se dieron en los últimos días.
Desde el frente oficial se habló a favor de la meritocracia y de restablecer los vínculos diplomáticos con Estados Unidos. Algo más, el tercero, el Presidente insistió en asegurar que el Papa Francisco llegará a Bolivia a mediados de año y ahora se sabe que ello ocurrirá.
La meritocracia puede implicar mucho. En el buen sentido, equivale a reponer la institucionalidad perdida en los nueve años pasados. Y colocar a la cabeza de los órganos operativos del Estado a quienes sean administradores experimentados y competentes. Sin importar que sean o no adeptos políticos, sino buenos servidores públicos.
Una eventual reanudación de vínculos con la Nación del Norte debería reflejarse en el sector comercial, principalmente. En la actualidad, es la mayor compradora de las materias primas y productos agroindustriales del país, pese al distanciamiento político que partió de La Paz.
En ese orden, sería imperioso volver al acuerdo del ATPDEA, pues durante su vigencia la industria manufacturera nacional creció como espuma, incentivando los emprendimientos y dando sostenimiento al empleo permanente.
Cuando Morales insistió en que el Papa Francisco visitará Bolivia, mueve a pensar que lo aprecia y desea que venga, como una distinción a su persona y al país.
A la vez, hasta podría asumirse que, en su intimidad, coincide con la prédica del Pontífice a favor de la paz, la concordia y el amor entre los seres humanos.
Si esto fuera así, sólo le quedaría aplicar estos sentimientos y valores en el desempeño de la Presidencia. A la postre, ello implicaría lograr la pacificación en el país.
En tal eventualidad, correspondería que todos los bolivianos, sin distinción de colores políticos ni diferencias religiosas, lo secunden. Tal como lo está demostrando el mandatario, al margen de los cuestionamientos que se le formulan en su accionar político.
El desacato a la Constitución y el irregular proceso electoral de octubre pasado afectan a su legitimidad. Morales, ciertamente, ganó en las urnas, pero no por el 61% como le atribuye el TSE, sino por el 45%, como máximo, según los análisis que se realizaron del Cómputo Oficial difundido oficialmente en Internet.
A la luz de las experiencias de los nueve años pasados, corresponde plantear que en los cinco que vienen haya más gestión y menos politiquería. Una aclaración: la política es una disciplina doctrinaria, que se eleva casi al rango de ciencia. En tanto que la politiquería es un síndrome y hasta una patología de la política.
El diccionario Larousse es más expresivo aún. A la politiquería la interpreta así: “Hablar de cuestiones políticas sin necesidad o sin capacidad para ello. Bastardear los fines de la actuación política”.
En las dos primeras gestiones de Morales, se procedió a “judicializar la política”, sin los fundamentos necesarios, pero sí para perseguir y encarcelar a los opositores y a los presuntos desafectos al régimen. Asimismo, para provocar exilios voluntarios.
Estos casos han tenido la agravante de dañar a la familia, por la ausencia de su proveedor, en lo material. En lo sentimental, maltratar y tal vez destruir hogares, aparte de abandonar a los hijos, cuando más los necesitan, si son menores de edad al menos.
Al empezar Morales su nuevo ciclo de gobierno, hay que alentar la esperanza de que no reincida en estos males. Por el contrario, que ponga fin a los resabios que quedan y asuma la responsabilidad que tiene Bolivia, de cumplir los acuerdos internacionales sobre derechos humanos.
La candidatura oficialista propuso muchas iniciativas positivas en el período electoral. Ahora, lo que se impone es cumplirlas, poner el mayor empeño para que sean positivas, en el desarrollo y el crecimiento del país.
Es evidente que tiende a acabarse la burbuja de la bonanza. En los libros de economía se advierte que los pueblos tienen que estar preparados para los buenos y malos ciclos. En los buenos, crear condiciones de sostenibilidad. En los malos, asumir conductas de austeridad.
En poco más de dos décadas, los bolivianos han vivido las dos variantes. Recordar que hasta el año 2005 el ingreso externo del país no llegaba a los tres mil millones de dólares y puntualizar que en 2014 ascendió a más de doce mil millones de dólares.
La crisis en los precios de las materias primas que exporta Bolivia (gas y minerales) se pondrá de manifiesto este año, pero lo seguro es que nunca más se volverá a los años anteriores al 2005.
En todo caso, la situación actual planteará muchos retos en lo económico, en lo social y, esencialmente, en el crecimiento. Se trata de variables muy sensibles, para lo que el Gobierno deberá escuchar y acoger las recomendaciones de los entendidos.
El presidente Morales dijo el 20 de mayo del año pasado que
“No me fío de mis ministros… no me cuentan la verdad”. A ello, habría que agregar que se apegaron más al burocratismo y olvidaron la eficiencia.
Cambiar de colaboradores es renovar y renovar es estimulante para quienes secundan la gestión del MAS. Aquellos que se distinguen, por sus conocimientos y trayectorias profesionales o liderazgos sociales, tienen el derecho de tener expectativas. Hay que brindarles la oportunidad.
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