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El ingreso del presidente Evo Morales a su tercer mandato ha estado marcado por muchas de las referencias a las que el país está acostumbrado con este tipo de acontecimientos, desde la reiteración de datos macroeconómicos (reservas monetarias e indicadores sociales), proyectos de infraestructura (carreteras y hospitales) hasta las nuevas metas para reducir la pobreza. El gran ausente en su discurso de posesión fue el tema de mayor interés para Bolivia, pues representa el sueldo del que vive el país y sobre el que se basan los proyectos para el quinquenio que ha empezado: gas natural, petróleo y precios.
Nada dijo sobre el derrumbe de los precios que ha colocado en terapia intensiva a la economía de los exportadores, especialmente de Venezuela, Irán y Rusia, tres amigos predilectos de Bolivia, y surgieron algunas contradicciones entre deseos y palabras. A poco de reiterar que su gobierno desea restablecer relaciones con Estados Unidos, cargó contra el “imperio”. Y en cuestión de horas contradijo a su colega venezolano Nicolás Maduro, abochornado por el reclamo para que Venezuela pague sus deudas a Enatex, cuyos más de 1.000 operarios tienen el empleo amenazado y llevan meses sin recibir salario.
Antes de venir a Bolivia, Maduro había dicho “Dios proveerá” para abastecer de alimentos a su país. Morales fue más preciso al hablar el viernes en la posesión de sus nuevos ministros: “Si el imperio norteamericano nos ataca políticamente y económicamente… no nos va a salvar Dios; el pueblo nos va a salvar”.
En la misma jornada, el precio del petróleo volvió a caer, en una tendencia que aún no encuentra una base firme sobre la cual asentarse y garantizar una relativa estabilidad. Haber pasado por alto la tempestad petrolera pareció reflejar la incomodidad de las autoridades para abordar el problema que representa dejar de recibir este año cientos de millones de dólares menos de lo que se esperaba de las ventas de gas natural a Brasil y Argentina.
No hay una cuantificación del impacto directo del derrumbe de precios, pero igualmente grave puede ser la declinación de las economías de nuestros dos vecinos. La de Argentina está en contracción y Brasil proyecta un exiguo 0,3% de crecimiento de su producto interno bruto este año. (Las autoridades nacionales anticipan un crecimiento superior al 5%, uno de los mayores previstos para el año que ha empezado). Eso se traduce en dificultades para exportar otros productos que tienen mercado en esos países. No es buena noticia en momentos en que los técnicos bolivianos se preparan para empezar a hablar de un nuevo contrato de venta de gas a Brasil. El vigente acaba a mediados de 2019.
El declive también ocurre cuando YPFB debe contar con reservas más altas que las actuales, que sólo bordean la mitad de los volúmenes que se creía hace ocho años, o apenas un sexto de lo que se dijo que guardaba Bolivia cuando se aseguraba que el país era la cuna gasífera del continente.
El verdadero desafío del gobierno que ha empezado a operar el pasado viernes es incrementar las reservas de gas. Eso requiere de inversiones en una escala que la empresa nacional no tiene condiciones de generar. Debe recurrir al capital privado internacional, lo que no concuerda con las frecuentes predicciones del presidente sobre la muerte del capitalismo.
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