¿Cómo se construye una ciudad para que sea una de las siete ciudades maravilla del mundo? Como en toda obra humana debe entrar el aspecto físico y el espiritual; el físico, nos lo da el paisaje, el medio en el cual se levanta el lugar de las viviendas y del trabajo; el espiritual, es la concreción de la permanente actividad humana, es el resultado del impulso vital que cada generación pone en construir y reconstruir su hábitat interno y externo. En suma, el trabajo espiritual, unido al latido de las sugestiones del ambiente conforma el alma de una ciudad, y la tarea del artista es uno de los ingredientes de esa realidad humana; pues el arte nos mueve y nos conmueve. Nos llama con sus colores, sonidos, formas, etc. a detenernos un momento en el transcurso rutinario de nuestra actividad para mirar aquello que está ante nosotros estimulándonos con su voz: ¡Detente! ¡Mira la otra cara de la realidad!
Al observar la obra artística nos conmovemos, nos movemos en otra longitud existencial junto a la emoción del artista que ha sido capaz de dar vida a su interpretación de la vida, invitándonos a dialogar alrededor de una pintura, una escultura, o una pieza musical, bien sea con el autor, con el amigo, o únicamente con nosotros mismos. Lo cierto es que no quedamos indiferentes ante el estímulo del arte, que edifica mundos interiores con los cuales podemos erigir un nuevo aspecto de la ciudad, o de la vida. Jorge Alcoreza es uno de los artistas que han puesto su granito de arena en esta tarea de hacer y desatar el alma de una ciudad, pues, como todo lo vivo, las ciudades están en continuo movimiento espiritual de conformación y transformación de su ser.
Jorge Alcoreza es un artista nato. Ha nacido con la fuerte e irrenunciable vocación de hacer arte. De mirar y admirar la vida en su mayor profundidad; de empaparse con el hálito de la belleza, de respirarla, de vivirla, de contemplarla y hacer todo lo posible para darle forma y color específicos, a tono con los que ha entrevisto en su interior conmocionado.. Ya muy joven, al salir de la niñez, a sus catorce años se puso manos a la obra y ayudó en el diseño de algunas figuras publicadas en el periódico “Jornada”. Los colores y las formas surgían de sus manos, le hablaban, lo regañaban: ¡Modifica esto! ¡Rehaz aquello! ¡Dale más movimiento a esa figura! ¿No ves que tiene vida, y tú no la estás oyendo ni interpretando como ella se expresa en tu interior?
Dimensiones y tonos siempre estaban junto a él, como amigos, confidentes, consejeros y maestros, como le sucede a todo artista plástico; de ahí que ha recurrido a la pintura de caballete como a la pintura mural, para dar salida a las figuras que laten en su interior, tan sensible y presto a entregar ese tesoro interno a toda persona que mira su obra, como lo hace la flor que delinea sus formas, les pone color y olor para entregarla a quien se detiene a contemplarla.
El empuje vital de Jorge Alcoreza lo ha impulsado a vencer obstáculos, a superarse a sí mismo, a esperar y desesperar por la decisión de autoridades para que le permitan poner un mural en esta calle o plaza, y, de esta manera, lleno de amor por la ciudad que lo ha visto nacer, embellecerla, darle contenido humano al frío cemento de una pared o fachada. Con ese ímpetu ha pintado su mensaje social de protesta, de dolor de hombre a quien le duele el dolor de la Patria postrada, o de aquellos que son objeto de la injusticia, o de la violencia política, tan presta a aplastar voces disonantes con la metralla del atropello autoritario, como lo han hecho casi todos los muralistas.
Alcoreza ha dejado su mensaje en lugares como la Vicepresidencia de la República, en el teatro al aire libre, el salón presidencial de la Academia de Historia Militar, en los salones del Grupo Aéreo de Caza, la universidad de Santa Cruz, y muchos otros sitios más. Por todo eso ha merecido varios premios como el Castillo de oro del Colegio Militar, y, sobre todo, el reconocimiento de mucha gente que valora su obra.
El autor es Académico de la Lengua.
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