A 67 años de haberse proclamado los derechos humanos, la humanidad es consciente de que en muchas partes del mundo éstos son violados, no solamente en lo que se refiere a la violación física, a los abusos de gobiernos dictatoriales -e inclusive legales constitucionalmente- sino, fundamentalmente, a que no se crea las condiciones necesarias para que el respeto a esos derechos sean efectivos, constructivos, reales, que favorezcan la vida sana, libre de privaciones, con acceso a una buena educación, a una vivienda decente, al agua potable y servicios elementales, a un trabajo digno y decoroso que permita producir y ganar el sustento necesario para mantener dignamente a la familia.
Posiblemente lo más importante está referido a los descuidos que existen para no contar con buenos servicios de salud. Sin embargo, la vida y bienestar de las personas deberían estar debidamente asegurados con excelentes servicios de salud y atención, especialmente a mujeres, ancianos y niños. Nos referimos a servicios de salud con la infraestructura hospitalaria debida y con medios y sistemas modernos que garanticen plenamente la atención a los pacientes.
N.S. Jesucristo, expresó una verdad que bien puede y debe ser aplicada, en todo su significado y amplitud a gobiernos, instituciones y colectividad de personas que se precian de practicar solidaridad y amor al prójimo o sea de ser cristianas y amar a Dios; y es también aplicable a los no creyentes que proclaman amor a su patria, a sus padres y a algunos valores: “El que dice que ama a Dios, a quien no ve, y no ama a su hermano, al que ve, es un mentiroso”. Esta verdad es irrefutable, indiscutible y eterna.
Los derechos humanos, proclamados sobre todo por los países que tienen posiciones hegemónicas, que fabrican armas, que promueven guerras en pro de la libertad y la democracia, y procuran “luchar por la paz” asegurando bienestar que se hace destrucción y muerte, debido a la guerra y los enfrentamientos entre pueblos, no son tales; son, en el fondo, simples pretextos, una cortina de humo para ocultar las verdaderas intenciones que, por supuesto, están muy lejos de preservar efectivamente los derechos humanos.
Los derechos humanos que implican una paz y concordia entre los hombres son violentados diariamente por violaciones, atentados, crímenes, asaltos, rencillas, latrocinios, las posiciones antagónicas que destilan odio y venganza. Tales procedimientos no son amor a Dios ni a la Patria y menos a los pueblos en cuyo nombre se ha proclamado esos principios que, de aplicárselos, serían la piedra fundamental para construir una paz verdadera con una colectividad libre de tanta miseria, hambre, enfermedades y falta de cultura.
Finalmente, los derechos humanos no pueden ni deben ser privilegio de la gente de “izquierda”, porque no se puede condenar por su violación sólo a quienes están con el “imperialismo yanqui”, dejando libre de culpas a lo que fue el “imperialismo soviético” y sus actuales acólitos, ya que cometió las mismas o peores violaciones.
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