[Armando Mariaca]

Gobernar es servir con amor y responsabilidad


Estamos a una década de cumplir 200 años de haber conseguido nuestra libertad, el derecho de gobernarnos a nosotros mismos, el ideal de tener una sola patria y el hecho de ser parte de la comunidad internacional como nación, como país, como Estado que aspira al goce de todos los beneficios que puedan otorgar la educación, la salud, la ciencia, la economía, la cultura y todo lo que, además, sea parte sustantiva de la paz que debe reinar entre todos los hombres y entre todos los pueblos.

El actual Gobierno, luego de nueve años de experiencias, ha podido comprobar las falencias que es preciso vencer para triunfar contra la pobreza que, identificada como incultura, analfabetismo, miseria, pobreza extrema, dependencia, dejadez y nomeimportismos, no ha dejado espacios para superar lo que posterga y anquilosa la capacidad del ser humano para vencer los males que lo rodean.

Hay, pues, muchas experiencias recogidas en nueve años y, puede decirse, más cosechas de lo que ningún régimen ha logrado porque el país estuvo sometido muchas veces a las controversias políticas, a las desavenencias, a los regímenes dictatoriales, a la voluntad de pocos en detrimento de la libertad de todos. Hoy, pese a las diferencias y desacuerdos, hay conciencia de todo lo que precisa el país y, entre esas urgencias y necesidades, está la de contar con un gobierno que administre o dirija debida y correctamente al país, que abandone las posiciones de soberbia y entienda que un Estado no puede marchar sin el amor y la responsabilidad de quienes lo dirigen; un país que está imbuido de sus derechos y responsabilidades, que conoce las fronteras de sus propios derechos y deberes, que tiene conciencia de lo que quiere y sabe; un país que, en medio de frustraciones, decepciones y angustias de toda laya, aprendió que su libertad está supeditada a su propia responsabilidad y que, para mantenerla, debe actuar con alta moral, eficiencia, eficacia, honestidad y responsabilidad que, a su vez, debe exigir que las autoridades que lo gobiernan practiquen permanentemente porque son servidores del Estado o, mejor, del pueblo, sus intereses y su futuro.

Gobierno y pueblo saben que las diferencias económicas, sociales y culturales provocan muchas veces tensiones y discordias y ponen en peligro la paz entre ellos. Es, pues, importante combatir la pobreza y luchar contra la injusticia al propiciar la paz a la par que el mayor bienestar, el progreso humano y espiritual de todos que, en conjunto, implica el bien común de los pueblos porque la paz no se reduce a la ausencia de guerras o enfrentamientos o discordias; es, ante todo, combatir los males que afectan al hombre y es construir en el día a día el bienestar, el orden, la justicia y la equidad.

Es importante que el Gobierno tome conciencia de que el desarrollo no se reduce al simple crecimiento económico y debe ser integral promoviendo la superación de todos; por ello, el tener más, lo mismo para los pueblos que para las personas, no debe ser el último fin, porque todo crecimiento es ambivalente y necesario para permitir que el hombre sea más hombre impidiendo que los corazones se endurezcan y los espíritus se cierren, condiciones que dan lugar a que los hombres se unan por amistad y no por interés que pronto les hace oponerse unos a otros y desunirse. La búsqueda excesiva del poder se convierte en un obstáculo para el crecimiento del ser y se opone a su verdadera grandeza porque la avaricia, mal de hombres y hasta naciones, es la forma más evidente del subdesarrollo moral. Es importante, por todo ello, entender que todo progreso concebido para aumentar la producción no debe tener otra razón de ser que el servicio a las personas porque si existe ese objetivo debe ser para reducir las desigualdades, combatir las discriminaciones, librar al hombre de las esclavitudes que significan los males que padece, es hacerlo capaz de ser, por sí mismo, responsable de su mejora material, de su progreso moral y de su desarrollo espiritual. Decir desarrollo debe ser afanarse y preocuparse tanto por el desarrollo social como por el crecimiento económico.

Bien se puede decir que el crecimiento económico depende del progreso social, por ello la educación es el primer objetivo de un plan de desarrollo porque el hambre de instrucción no es menos deprimente que el hambre de alimentos. Es urgente entender que el pueblo condena y vitupera la soberbia y el orgullo de gastar hasta lo que no se tiene o de invertir en lo que no se necesita cuando hay hambre, cuando muchos hogares sufren la miseria, cuando tantos hombres viven sumidos en la ignorancia, cuando aún quedan por construir viviendas, escuelas, hospitales y atender las necesidades de miles de personas.

En nueve años, se habló mucho de cambios y, si hasta ahora no hubo cambios en quienes deben ejecutarlos, es tiempo de hacerlo, pero sobre bases que impliquen eficiencia, eficacia, honestidad, responsabilidad y amor - el sentimiento sublime que destruye todo obstáculo para el bienestar de la humanidad-. Sin estas condiciones, siempre habrá repetición de lo pasado y pocas posibilidades para mejorar el futuro y acrecentar el bien de todos los bolivianos.

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