Se inicia una nueva gestión educativa y el Presidente fiel a su estilo lo hace “discriminando”: “las mujeres son más inteligentes que los hombres”. Se inicia con –las mismas- irregularidades: la coeducación sigue supeditada a la “tradición machista” en desmedro de las mujeres, incluso la Directora de un “liceo de señoritas” paceña confunde: la coeducación será “gradual”. Las inscripciones, pesadilla de padres de familia, que convierten noches en días haciendo “filas” para inscribir a su hijas(os). La “lista de útiles” –de marca especifica- que muestra un claro contubernio entre “educadores” con empresas que comercializan estos materiales ¿qué sucede? Simple: No hay principio de autoridad.
Se inicia, dicen, con cuatro “cambios”: 1) los contenidos deben prever la violencia y el cuidado del ambiente, 2) disminución del número de alumnos, 3) las libretas “digitales” y 4) incremento de la carga horaria en alguna materia de “privilegio” (matemática, física y química). Paradoja: estos son “medios” que no, necesariamente, inciden en el aprendizaje. Como sea, se hace (improvisa) lo que se puede, pese a que la antropológica Ley 070 en su Art. 3. (Bases de la educación) y su Art. 4. (Fines de la educación) resumen la filósofa educativa del “cambio” que no será si es que se sigue eximiendo el diálogo. Veamos.
Gordon Wells (2001) define a la educación dialógica como un método, como una predisposición a cuestionar, tratando de entender situaciones con la ayuda de otros con el objetivo de encontrar respuestas. Evidencia la relación dialéctica entre el individuo y la sociedad, y la existencia de una actitud destinada a adquirir conocimiento a través de las interacciones comunicativas que depende de las características de los entornos de aprendizaje. Entonces, según Wells, la indagación dialógica no solo enriquece el conocimiento de los individuos sino que también los transforma (descoloniza) asegurando así la supervivencia de las diferentes culturas y su capacidad de transformarse según las necesidades de cada momento social.
La “transformación” social o vivir bien, esperada hace nueve años, en Bolivia, no puede eximir en la educación el hábito pedagógico del diálogo democrático, crucial para evitar desigualdades sociales. Paulo Freire afirma que la naturaleza del ser humano es un continuo diálogo con otros, y es en este proceso donde nos creamos y nos recreamos a fin de promover libertad crítica. Jurgen Habermas asume la acción comunicativa como elemento “crucial” de comunidades: estudiantes, familias, profesores, etc., subsumidos en múltiples contextos que suponen -también- diversas interacciones que resumen un producto concreto. Finalmente, la educación dialógica se implementa de forma igualitaria; con argumentos y pretensiones de validez y no de poder político: la imposición de lenguas vernáculas es forzar una cultura sobre otra. La entrega de Laptop (a los estudiantes) como sinónimo de “tecnología” deshumaniza y los vuelve acríticos: el estudiante se remite a “apretar una tecla”. Calificar con puntaje adicional a las mujeres sólo por su condición de indígena originaria campesina, desvirtúa la CPE, la Ley 070 y la 045. Estas pretensiones, entonces, no son más que una forma clientelar (política) que desvirtúa el dialogo educativo. Por ello, es responsabilidad de los educadores crear las condiciones que provoquen la curiosidad epistemológica del estudiante a través de tres acciones dialógicas: entendimiento, creación cultural y liberación.
El autor es Director del Centro de Investigación, Servicios Educativos y de Comunicación (CISEC).
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