Clara Presman
No aprendemos de los errores. El paradigma socio económico del neoliberalismo nos ha conducido a este laberinto llamado “crisis” del que no podemos salir. Crisis económica, crisis social y política. La paradoja es que los gobiernos creen que la vía hacia la solución implica aceptar que el modelo socioeconómico que está en la raíz de la actual crisis es el único viable. Sostienen que es necesario intensificar la lógica de crecimiento y acumulación que consiste en priorizar los intereses del gran capital extranjero en el diseño de la economía para salir adelante.
De este modo, los derechos sociales de la mayoría de hombres y mujeres quedan sometidos a la lógica de un mercado dominado por las corporaciones transnacionales.
América Latina es la región por excelencia en donde las empresas españolas han invertido capital sobre todo en compañías eléctricas, petroleras y mineras. El proceso de internacionalización de la economía española comenzó a darse en los años 80 y 90; casi al mismo tiempo, en Latinoamérica numerosos países aplicaron “planes de ajuste” y liberalizaron sectores como energía o servicios, lo cual abrió la puerta al capital extranjero.
Según un informe realizado por Greenpeace, las 500 mayores corporaciones controlan una cuarta parte de la producción y la mitad del comercio mundial, y su capacidad económica supera a la de muchos países. Si se compara el volumen económico de las multinacionales y el PIB de los países del mundo en términos equivalentes, de las cien primeras entidades, 51 serían multinacionales y 49 serían países.
Así las empresas en un contexto de falta de mercados y de caída del consumo, incrementan sus beneficios. Pero este incremento solo puede sostenerse mediante la explotación de trabajadores, devaluación salarial, precarización del trabajo, desplazamiento de comunidades indígenas originarias de sus territorios, y todo ello, de la mano de una serie de impactos ambientales que afectan a las poblaciones y los ecosistemas en los que se asientan.
Estos efectos negativos que traen de la mano la instalación de grandes empresas no son casualidad. Todo lo contrario. Constituyen las condiciones necesarias para sostener y aumentar su poder. Sin la explotación desmesurada de las personas y los territorios en donde funcionan, estas no serían rentables.
Los ejemplos son vastos y sus daños ecológicos muy graves: Desde las secuelas que deja el Sistema de Interconexión Eléctrica para América Central (SIEPAC) en “El Chaparral” en El Salvador, casos como el de la mina de oro y plata Cerro Blanco, ubicada en Guatemala, propiedad de Goldcorp; hasta los nefastos efectos que causan las extracciones abusivas en áreas de gran biodiversidad como el Parque Nacional Aguaragüe, en Bolivia, o “Loma de la Lata” en Neuquén, Argentina donde Repsol y Petrobras han contaminado el agua y la tierra.
Pero no toda la sociedad mira hacia otro lado. Cada vez con más fuerza organizaciones sociales, activistas y hasta instituciones nacionales e internacionales realizan acciones para profundizar en la investigación, documentación y sistematización de los abusos que estas empresas cometen. Para frenar el saqueo de los recursos y la dignidad de los pueblos. Con el objetivo de proteger los derechos fundamentales de las personas y al mismo tiempo reflexionar acerca de la posibilidad de implementar nuevos modelos económicos alternativos, menos dañinos y sustentables.
En Junio del año pasado, la ONU aprobó una ley que condena los abusos de las multinacionales. A partir de la creación de este instrumento jurídico vinculante, las multinacionales tendrán que cumplir con una serie de obligaciones que antes eran solo recomendaciones. También se han creado proyectos de envergadura como es el “observatorio de Multinacionales en América Latina” (OMAL) que tiene como principales objetivos documentar y sistematizar la información sobre los impactos sociales, ambientales, culturales, económicos y sobre los derechos humanos que han sido generados por la actuación de las empresas transnacionales españolas en América Latina. Para luego denunciar.
Urge una transformación de la conciencia colectiva que conlleve acciones políticas que promuevan un cambio de sistema. Para que, en palabras de Rodolfo Walsh: “sepamos unirnos para construir una sociedad más justa, donde el hombre no sea lobo [para el hombre], sino su hermano”.
La autora es periodista.
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