OPINIÓN
Juan Carlos Navía
Es fácil perder los estribos cuando no salen las cosas como uno planifica. Y peor en un partido de fútbol donde se juegan muchas cosas, entre ellas, puntos, campeonato, imagen y hasta reproches de la parcialidad.
Acabar con el raciocinio en cuestión de minutos es cuestionable y más cuando se trata de gente experimentada que está en el banquillo para dirigir a sus jugadores y alentar para que su producción sea la encomendada. Los entrenadores jóvenes también son intolerables a la hora de sacar a relucir su carácter recio y fuerte en momentos complicados para sus equipos. De éstos tenemos muchos en el fútbol boliviano.
Los directores técnicos están convocados para que sus jugadores tengan un comportamiento acorde a las circunstancias de un encuentro de fútbol. Si el que pierde los estribos es el entrenador, esto hace que sus dirigidos lo hagan con mayor facilidad en desmedro del equipo y sus objetivos. Se debe comulgar con el ejemplo. Estos cobros arbitrales, atribuidos a una mala percepción o descuido por la intensidad del encuentro deportivo, provocan la repulsa de quienes son parte de una entidad deportiva, llámese dirigentes, cuerpo técnico, jugadores e hinchada. ¿Quién o quiénes son los perjudicados? ¿El equipo, el entrenador, la dirigencia o la entidad en su conjunto? Lo cierto es que los afectados son todos porque de nada sirve reclamar airadamente con palabras irreproducibles en virtud a este comportamiento provocará inmediatamente la expulsión. Guardar la calma como precepto máximo en la agenda de un director técnico debería ser la consigna para inyectar a sus dirigidos una mejor conducta fuera y dentro del campo de juego en busca de resultados halagadores.
Las protestas rimbombantes no harán que un árbitro cambie la decisión.
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