Promesa

Elizabeth es médico, empezó a escribir una página nueva en su biografía, cuando alojada en la casa de su sobrina en Madrid buscó trabajo desesperadamente, sin referencias ni papeles. Casualmente encontró faena como interna de una dulce viejecita que padece Alzheimer, desde entonces sus idas y venidas al locutorio cercano acompañan sus días de soledad y valentía, tratando de que la distancia se acorte entre ella y sus niños allende el océano, regularmente envía todo el sueldo a su madre para la manutención de los pequeños, ella retiene unos cuantos euros que gasta en sus conversaciones familiares, cada ocaso los ve por unos minutos, aprendió a vivir tocando el monitor del ordenador para darles su bendición y besos, se consuela pensando que es afortunada, pues aunque no está presente físicamente en el hogar, supervisa a muchos kilómetros el comportamiento de sus hijos; este es un fenómeno social de la inmigración en cualquier parte del globo terráqueo, a veces en el país de origen los parientes y amigos envidian a quien emigró de su lar natal, ignorando que el individuo paga un alto costo por brindar bienestar a su familia, perdiéndose en el camino días inolvidables en la vida de los menores, por lo general las familias se rompen y los niños crecen como huérfanos acomodados, considerando a sus progenitores emigrados como sucursal de un banco, Elizabeth se repite una y otra vez que no proporcionará económicamente todas sus exigencias solo para suplir su ausencia, juró hace tiempo que retornará a su hogar muy pronto. ¡Sé que lo cumplirá!.

Desde Torrente, España.