El mundo de hoy se encuentra convulsionado; guerras, terrorismo, asesinatos, violencia en todas partes. ¿Qué está pasando en el espíritu humano? ¿Nos encontramos en el momento crítico que nos ha de llevar al punto omega, como predijo Teilhard de Chardin? ¿Estamos evolucionando hacia lo mejor del espíritu? Recordemos que toda convulsión comienza en el corazón humano, tan inclinado a la venganza, a imponer su voluntad a todo trance, a hacerse dueño del poder omnímodo, cuando los resortes morales se aflojan, o cuando una crisis presentida, casi inconscientemente, lo aprieta de tal manera que lo hace latir como a una víscera que excreta, bien sea lo peor que tiene, o lo mejor que se ha guardado en él, según sea el alma de cada uno, o el espíritu colectivo de un momento dado.
La política latinoamericana tradicionalmente se ha caracterizado por tener poco respeto al Estado de Derecho, porque en el alma del gobernante existe el deseo de perseguir a ultranza al enemigo, al que le hace sombra, o al que le dice lo que no quiere escuchar, porque se cree infalible; para ello se recurre a todo medio, lícito o ilícito que le sirva; se disfraza a la justicia y se la tuerce sin rubor para conseguir aquello que el gobernante se ha propuesto: Imponer su voluntad en un país, con “la legalidad y la democracia” en la mano, acallando a los que le critican con ese fraude, que, claro, no lo acepta ni lo cree nadie. Ese inveterado estado de cosas estaba cambiando para encauzarse hacia el verdadero Estado de Derecho, donde se garantiza y se respeta los derechos de todos, donde la justicia se establece con la ley recta e independientemente manejada, de manera que todos estén seguros y la vida se haga verdaderamente civilizada. Sin embargo, de repente, las cosas han cambiado en algunos países; y el peligro de que la seguridad y aun la vida de las personas en desgracia política sean pisoteadas, se ha puesto nuevamente en escenario de la historia de hoy.
Por todo lo dicho, el derecho de asilo tiene hoy una connotación especial, porque ofrece un sitio seguro al perseguido por causa de su ideas, de su legal actuación política, con coherencia entre ideología y acto realizado; porque garantiza la inviolabilidad del sitio donde se acoge el refugiado; porque muestra la solidaridad humana, tan característica de nuestra cultura; porque muestra la vigencia de un Estado de Derecho, donde la ley marca el paso del accionar de las autoridades, quienes se sujetan a sus rectos y sabios dictámenes, puesto que ha sido usada por hombres probos, independientes y con conciencia de sujetarse únicamente a la justicia. Si el refugiado, después de ser evaluada su petición de asilo, no es un perseguido político sino un delincuente común, entonces, de acuerdo con las leyes, debe guardar detención y ser entregado a las autoridades de su país.
¿El perseguido político está en condiciones de refugiarse en otro país, saliendo del suyo con todas las formalidades legales? ¿Lo hace cruzando la frontera de su patria con su pasaporte en la mano, recibiendo el sello de salida; o ingresa en otro Estado como puede, y por donde puede? ¿Por qué se dice que el Sr. Belaunde ha entrado ilegalmente en Bolivia, si una vez dentro del territorio ha solicitado asilo, es decir, ha hecho conocer a las autoridades su presencia en el país y ha dado a conocer el motivo de ese ingreso? ¿Hay algún interés en que el refugiado sea rechazado? Parece que eso se estaba preparando; de ahí, que, con increíble celeridad y sin que el Consejo de Refugiados se pronuncie, un juez lo ha condenado a detención domiciliaria, así, sin más ni más. Pero ahora la vergüenza se cierne sobre las autoridades porque una Corte del Perú, después de estudiar el caso seguido contra él en su país, ha declarado que no hay motivo para pedir la extradición del Sr Belaunde y, por lo tanto, lo pone en el nivel de los perseguidos políticos. ¿Qué nuevo paso van a dar nuestras autoridades?
El autor es Miembro de Número de la Academia Boliviana de la Lengua, Correspondiente de la Real Española.
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