Como boliviano respeto la posesión de Evo Morales en la mítica Tiwanaku, el 21 de enero de 2015, donde emocionado connotó: “esta ceremonia reconoce y agradece a nuestras huacas, apus, achachilas, ayuviris que son nuestras autoridades originarias, con el permiso de la Madre Luna y Padre Sol, de la hoja de coca, estamos viviendo el pachacuti (retorno al equilibrio = igualdad). Morales fue ungido como Jiliri Apu Mallku, máximo cargo político en la cultura aymara (¿y las otras 35 culturas?), prometió una “revolución del pensamiento” (ideología). Es decir, “fortalecer” la parafernalia toponímica, lo que es preocupante.
Ernesto Laclau advierte que el éxito político radica en la claridad ideológica, donde la toponimia (léase, estudio del origen y significado de los nombres propios del lugar) subjetiva y convencional (léase, cambiar de acuerdo con objetivos políticos), como (aparente) ideología se sustenta en la cultura inmaterial, es decir, carece de evidencias fácticas científicas: un día se dice y hace una cosa y al poco tiempo otra. El Poder, desde su inicio se caracterizó por una excesiva “desorientación”. Gastos excesivos (suntuosos) del “patrimonio”. Graficando, el ministro de economía Arce Catacora y el vice Álvaro García Linera coinciden: “la baja de los precios internacionales de los hidrocarburos (en 2015) “apenas” será de 60 MM $us”. El recién posesionado Ministro de Hidrocarburos calcula entre 1.000 a 1.500 MM $us. El -nuevo- Ministro de trabajo exime los datos (por convencionales) y, admite que “los trabajadores con respecto al entuerto: “pase lo que pase -en este momento- nunca permitirán la vuelta al pasado neoliberal”. Ninguna novedad, con sueldos de 30.000 Bs, parece lógico.
Una mirada más allá de las apariencias admite que la “revolución toponímica” es un (nuevo) paradigma global (encabezada por el imperio), cuya estrategia está calando en Latinoamérica, como “nervio motor” de los llamados “cambios”. Ya Alan Touraine, en su oportunidad advirtió: viviremos tiempos políticos “desideologizados”, la “lucha de clases” será sustituida por una nueva contradicción: hombre-naturaleza, donde indígenas, trabajadores, intelectuales, etc., explotados y explotadores serán “hermanados”.
Contradictoriamente, la propuesta: amigo/enemigo será patente, donde el habitus (Michel Foucault) de los citadinos inducidos institucionalmente (Louis Althousser) con valores de la cultura eurocéntrica, y del cual no pueden abstraerse, será denominado “colonial”, a los que hay que enfrentar.
¿Qué hacer? reconducir (con parafernalia indiana incluida) las acciones del Poder como representantes “legítimos” de la sociedad leyendo con humildad, no de frivolidad (caprichosa) la palpable decadencia del proceso de cambio. Reconducir a los bolivianos (con neo indígenas incluidos, es su opción) en complemento con la CPE, ligado a la conformación de un imaginario postmoderno sobre el presente y el futuro (pluricultural) que seduzca a la mayoría de ciudadanos. Reconocer (interculturalmente) los derechos de los demás, admitir la disidencia, ser consecuentes con la libertad de culto para no caer en posiciones genuflexas (ante el Papa), no imponer lenguas vernáculas sin precisar su “utilidad” y función, pasar de la retórica (subjetiva) a las acciones concretas (resultados facticos), “democratizar” el excedente (riqueza) donde todos tengan la oportunidad (laboral) de acuerdo con sus competencias profesionales y laborales. Entonces, la toponimia como opción cultural será parte del vivir bien.
El autor es Director de Centro de Investigación, Servicios Educativos y de Comunicación (CISEC).
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