Entre la magnífica obra filosófica de Emmanuel Kant (1724 – 1804), naci-do y muerto en Königsberg, que so-metió a severa crítica a la razón humana, y su vida en su ciudad natal, medía una diferencia extraordinaria. No hay en su existencia ciudadana ningún aconteci-miento importante: permaneció soltero y nunca salió de la ciudad; no le gustaba la música, porque al igual que para Napoleón era un ruido molesto que interrumpía sus meditaciones.
Era tan metódico en sus costumbres, que siempre transitaba a la misma hora, con exactitud extraordinaria, por los mis-mos lugares en el trayecto a la Universi-dad. La regularidad de su paso era tan grande, que los vecinos ponían sus relojes de acuerdo con el momento en que Kant pasaba frente a sus casas.
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