SALUD
El reciente brote de Sarampión en Disney, Estados Unidos, vuelve a poner en tela de juicio a los movimientos que se oponen a la vacunación de sus hijos.
La viruela fue una de las enfermedades más temidas en la historia de la humanidad: mató a más de trecientos millones de personas, convirtiéndose en la mayor causa de mortalidad viral. El 35% de los que la contrajeron, fallecieron. Al restante 65% le dejaba de recuerdo terribles pústulas en la piel, ceguera, y problemas óseos de por vida. De hecho, en muchas culturas no se nombraba a los niños hasta que no la padecieran y sobrevivieran. No hubo un tratamiento efectivo para esta enfermedad hasta el año 1796, cuando el médico Edward Jenner desarrolló la primera vacuna.
El tratamiento implementado por Jenner consistía en generar inmunidad en las personas por medio del contagio de otra forma de viruela mucho más leve: la viruela bovina, que atacaba a las reses (de ahí el nombre ‘vacuna’).
Las personas vacunadas sufrían síntomas mucho más leves cuando contraían el virus de la viruela humana, pero la inmunidad que el organismo generaba las protegía del temible virus. Este tratamiento, la vacunación, generó algo jamás imaginado hasta ese momento: la erradicación completa de la peor enfermedad de la humanidad.
Desde el año 1978 no se ha detectado un solo caso de contagio de viruela en una persona en todo el planeta. Posteriormente a esta vacuna, hubo grandes avances científicos en el campo de la medicina y la epidemiología, y enfermedades que otrora generaban terribles mortandades, eran controladas con un simple pinchazo.
Hoy se estima que anualmente tres millones de niños no mueren en el mundo a causa de estar vacunados, mientras que dos millones fallecen de enfermedades que podrían ser prevenidas con vacunas existentes.
Pero, desde el comienzo de la vacunación algunos representantes de diversas religiones mostraron su descontento, ya que la ciencia interfería con “los planes de Dios” e instaron a sus fieles a que no tomen las vacunas.
No faltaron, claro, quienes ante la posibilidad de perder el negocio que realizaban con falsos medicamentos “naturales” o “alternativos”, comenzaron a inventar falacias sobre efectos secundarios de las vacunas. Por ejemplo, en los tiempos de Jenner se difundió la noticia que, como la vacuna antivariólica consistía en la inoculación de un virus vacuno, a los vacunados les crecerían cuernos y pezuñas. Y aún hoy persisten grupos que se oponen ferozmente a la implementación de la vacunación masiva, con argumentos de idéntica veracidad.
El reciente brote de Sarampión en Disney, Estados Unidos, vuelve a poner en tela de juicio a los movimientos que se oponen a la vacunación de sus hijos, sea por creencias infundadas o simplemente por desinformación.
El problema de no vacunar es más complejo de lo que parece a simple vista: en una sociedad que posee la inmensa mayoría de su población vacunada, las probabilidades de que alguien no vacunado se infecte es baja, ya que es muy difícil que la enfermedad se propague.
Esto se denomina inmunidad de grupo. Sin embargo, a medida que aumenta el número de personas no vacunadas, la probabilidad de que comience un brote epidemiológico es mucho mayor.
Al haber un brote, aumenta la probabilidad de que aún quienes estén vacunados contraigan la enfermedad, ya que las vacunas no son 100% efectivas por las mutaciones del virus, y muchas personas poseen deficiencias en su sistema inmune. Y esto sucedió con el Sarampión: si bien la enfermedad se consideraba prácticamente erradicada de Estados Unidos en el año 2000, un brote en niños no vacunados durante el año 2014 se extendió atacando aún a niños que si habían recibido la vacuna triple viral, y hoy los casos han puesto en vilo a dicho país.
Pero esto no sólo sucede en el Norte, ya que en Argentina está en auge la moda de no vacunar a los niños.
¿POR QUÉ UN PADRE NO VACUNARÍA A SUS HIJOS? La primera razón es el total desconocimiento del efecto de las enfermedades. La gran mayoría de los que se oponen a la vacunación no conoce los síntomas de la Poliomielitis, el Sarampión, el Tétanos o la Tos Ferina. Es lógico ya que, por ejemplo, no se han registrado casos de Poliomielitis en Argentina desde el año 1984. Pero, precisamente, esto se debe a la vacunación de gran parte de la población con la famosa Sabín. Sin embargo, que hoy no haya una epidemia, no implica que el virus no pueda ingresar a la población por medio de alguien que provenga del exterior, y que si encuentra una parte de la población no inmunizada, genere un brote epidemiológico como sucedió en Europa el año pasado, donde afectó incluso a niños vacunados.
Una segunda razón es la noticia que se viralizó hace unos años de un estudio que relacionaba la aplicación de la vacuna Tripe Viral con el autismo. Consecuentemente, muchos padres dejaron sin vacunar a sus hijos.
Lo cierto es que dicho estudio fue retractado y desmontado, ya que se descubrió que se trataba de un fraude científico perpetuado por el autor. No sólo eso: a raíz de este estudio, se realizaron otros muchos estudios (uno de los cuales analiza ¡un millón trecientos mil casos clínicos!) analizando la relación entre niños vacunados y autismo.
Absolutamente todos los estudios demuestran que no existe relación alguna entre el autismo y la vacunación. Es importante aclarar que la mayoría de ellos no fueron realizados por grandes laboratorios para defender su lobby, como frecuentemente se los acusa, sino por investigadores de la salud en diversas universidades.
La tercera razón por la que algunos padres optan por no vacunar a sus hijos es el creciente número de personas que por diversas creencias abandonan el uso de la medicina, y utilizan en su lugar productos que son vendidos con la etiqueta de alternativos o naturales.
La llamada falacia natural, que supone que todo lo que proviene de la naturaleza es bueno y lo realizado por el hombre es dañino para éste, es aprovechada por parte de quienes venden terapias “alternativas”: un supuesto remedio natural es más atractivo que una vacuna.
Las buenas intenciones de los padres, a veces, llevan a malas decisiones para la salud de sus hijos. No está de más aclarar que la venta de estas “terapias alternativas”, aún cuando se haya demostrado su total ineficacia, generan un enorme negocio, a veces superando las ganancias de los grandes laboratorios médicos.
Es políticamente incorrecto, en tiempos de posmodernismo, decir que la opinión de un chamán no tiene el mismo valor que los resultados de cientos de estudios científicos. Sin embargo, las vacunas han salvado millones de vidas en la historia de la humanidad, y esto es un hecho innegable. No es de ellas de quien hay que temer, sino de quienes se oponen a su uso, con el miedo y la irracionalidad como argumentos.
Las vacunas no harán que a los niños les crezcan pezuñas ni que desarrollen autismo. El no vacunar supone un enorme acto de irresponsabilidad y egoísmo que pone en riesgo al niño no vacunado, y a toda la sociedad.
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