Rodolfo Bassarsky
La muerte del fiscal es un episodio confuso con connotaciones mafiosas, uno más en el entramado que seguramente quedará eternamente inconcluso, del caso AMIA. El juicio por este caso está plagado de hechos oscuros con complejísimas implicancias, tanto dentro del ámbito internacional como argentino.
No hay dudas sobre la relación de este suicidio o suicidio inducido u homicidio con el caso AMIA y con personajes políticos del oficialismo y de la oposición. También, desde hace 20 años, con servicios secretos y responsables políticos de varios países, por lo menos de Argentina, Irán, EEUU e Israel. Las innumerables irregularidades, ambigüedades y actos delictivos como prevaricación, falsedad ideológica, falsificación, falso testimonio, etc. hacen de este juicio una vergonzosa causa que compromete a decenas de personas, entre ellas el fiscal muerto, según lo indican suficientes indicios.
Nisman es considerado un héroe por unos o un villano por otros. Es, sin duda, una víctima más de la trama urdida por delincuentes comunes y de guante blanco y de mercenarios, todos ellos títeres manipulados por quienes controlan los intereses en pugna, principales culpables de la magna agresión social.
Este panorama es un paradigmático ejemplo de cómo el delito infiltra a las instituciones que deberían estar mejor preservadas dentro de un régimen democrático en una república. Desde hace dos décadas están comprometidos y hay cómplices dentro de los tres poderes del gobierno.
Lamentar la falta de ética o poner de manifiesto la contradicción entre estas tinieblas tenebrosas y la Argentina de la cultura y la inteligencia, no basta. Ambas cosas son ciertas pero no constituyen lo esencial, no son la diana a la que es imprescindible apuntar. Si la consecuencia de esta muerte es entonar un reclamo de justicia, de reivindicar la ética, de lamentarse de que estas cosas sucedan en un país que merece un destino mejor, de erigir en héroe a quien no demostró que haya hecho mérito para ello, entonces esta muerte de poco y nada servirá.
En cambio, si de una vez por todas se iniciara un camino de regeneración de personas y de instituciones de la República, de enfrentamiento franco a la delincuencia combatiéndola con la justicia que debe prevalecer en un estado de derecho, entonces sí esta muerte podría convertirse en un punto de partida tendiente a hacer de nuestro país un gran país.
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