Cuán difícil es para muchos militantes de la política partidista entender que la democracia tiene el significado de que los grupos políticos que actúan en los países tienen que obrar conforme a principios de respeto; que no deben denostar a sus contrarios o rivales ocasionales; que los procesos de elecciones deben efectuarse en marcos de absoluta libertad y consideración entre todos. No pueden entender que los contrarios en política partidista, siempre que no vulneren las leyes, tienen los mismos derechos que ellos reclaman para sí.
Es común que en período previo a las elecciones, como el que vivimos en la actualidad por la proximidad del proceso del 29 de marzo -en el que serán elegidos gobernadores, alcaldes y munícipes- muchos de los militantes de la política, sea de izquierda, derecha o centro, se encuentran empeñados en desprestigiar a quienes consideran contrarios; parece que buscan el desprestigio de los ocasionales rivales para restarles votos; todo señala que, muchas veces, enrostran sus propios defectos a los otros, con tal de mostrarlos contrarios a la decencia y la moral, y mostrarse a la vez, como candidatos dignos de contar con la confianza ciudadana.
La verdad es que todos los partidos, con una militancia obsecuente hasta el ridículo, busca méritos a costa del desprestigio ajeno; no otra cosa significa que surjan ataques de todo tipo, acusaciones sobre hechos reales o inventados; señalan errores del pasado y hasta los agrandan para mostrar yerros que hayan cometido. Todo esto, en el fondo y en la conciencia de la ciudadanía que acudirá a las urnas, no es otra cosa que publicidad y propaganda a favor de quienes se acusa justa o injustamente. Esos partidos no quieren entender que los métodos contrarios a la decencia, la moral, y la consideración por los derechos ajenos, no concuasan con los criterios existentes en los ciudadanos que saben valorar los méritos de los candidatos y conocen sus defectos.
Es muy importante que los partidos políticos actúen con altura y decencia en su publicidad y propaganda, que no muestren a sus posibles opositores, rivales, contendientes eleccionarios o adversarios ocasionales que lo pasado que hayan tenido ellos será arma o instrumento para conseguir votos a favor propio; que entiendan que toda esa chismografía barata no hace otra cosa que perjudicarlos a ellos mismos.
Actuar con altura, decencia y valores debería ser la condición previa para inscribirse en los registros electorales; quien no está dispuesto a ello, debería abstenerse de intervenir en los procesos de elecciones. Personas con conductas contrarias al bien común y que no guardan respeto y compostura por la comunidad en que se desenvuelven, no merecen la confianza pública y menos que se las reconozca como candidatos idóneos para intervenir en las elecciones.
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