La revolución de 1952, un cataclismo político nacionalista que al enterrar a la rosca y oligarquía, adviene la demanda del cambio total del país, promulgando leyes y conquistas imperativas, quedando algunos sobre fango y arena, al influjo del “maravilloso instrumento del poder”, consolidando su hegemonía y estabilidad política. Refundan el nuevo ejército amoldado a sus intereses, con amagos de contra revolución a su interior que ni las sanciones pudieron evitar el creciente avance conspirativo.
El mezquino cultivo doctrinario debilita la organización y el ímpetu revolucionario que desmorona la unidad y logros políticos en una lucha interna tras el poder y liderazgo, ganancia de la burguesía asfixiada en el desenfreno de su corrupción y avidez que saquea y depaupera al país. Ni el crecido militante ni su misticismo pudieron frenar la pérdida de prestigio y credibilidad; envilecidos y sin apoyo llegan a los umbrales de su extinción cargados en delitos de lesa patria como un legado de la impunidad histórica.
El golpe de 1964 marcará el inicio de 18 años de nefasta dictadura, primer general que transgrede la doctrina y escalafón militar, “reenganchando” a civiles cuya jerarquía sobreponen al resto profesional. Será el pacto militar-campesino que contrae problemas hasta ser víctima de un magnicida. Le sucede otro general que niega continuidad política, que acreditándose nacionaliza la Gulf. Le gustan los halagos y la lealtad servicial como el arribismo de militares y políticos.
“Por la patria y la institución”, fue el pueril pretexto de los demás regímenes “restauradores”, carentes de unidad, criterio y coincidencias políticas, tan diferentes en sus tendencias, hacen rutina en las pugnas tras la toma el poder, nadie discurre el futuro del país menos de su propia institución, la más perjudicada. Son los conflictos, revueltas y tanques de 15 días sangrientos de luto y dolor, siendo muchos los problemas que restarán eficiencia conductiva del país, cada esquema un barco a la deriva.
Asesores argentinos, paramilitares y delincuentes neonazis, para el golpe de la “reconstrucción” de 1980, gobierno disoluto y desenfrenado, ávido en la felonía devasta principios del honor y dignidad militar, delitos de lesa humanidad atentados a los DDHH y ciudadanos, corrupción, narcotráfico. Gobierno que culmina con la rebelión de oficiales que defenestran su continuidad. Es el inveterado grupo golpista, que le robó al país y a su institución; ellos pusieron en peligro la integridad institucional y del país hasta dejarla en escombros. Digno de mencionar la valiente actitud de la mayoría militar marginada de esta debacle, que mantuvo con entrega y orgullo el prestigio y estabilidad institucional.
La única opción para salvar al país y a la institución armada fue entregar el poder a manos de la democracia, visionando en el respeto, libertad y justicia, que más pudo el envanecido impulso del poder que la probidad y la honestidad, el país en manos de gente que participó en las dictaduras. Los militares sienten el craso error de su pertinaz empeño, haber entregado el poder a políticos mil veces más dañinos y destructores de moral sin control. Así se dan 25 años de seudo democracia pactada, alianzas diluidas en el juego de intereses neoliberales, inflación galopante junto a la caída de los minerales, el DS 21.060 que termina con el poder obrero, se desmorona el capitalismo y el proteccionismo de Estado, movimientos populares sellando con la marcha por la vida que cambia al país.
Pocas luces y muchas sombras en el aciago; gobiernos de la maldad tan ligados al designio del imperialismo impedidos de avanzar solos, transgreden leyes, facilitan la ilegalidad de hechos y conductas cubriendo o camuflando el cuoteo, tuercen y prostituyen la justicia. El crimen y el narcotráfico se apoderan del poder, peligran la estabilidad y permanencia, tan insostenible y de gran crispación, que insurgente el poder obrero y pueblo resiste y tumba al poder genocida. Son 26 años en los que se envilece a los mandos militares, sometiéndolos en una servil lealtad, privilegios y prebendas indescriptibles salvando pocas excepciones, convierten a su institución en la guardia pretoriana de cada esquema político.
La herencia del mal ejemplo político partidario ha convertido a la política en un medio más de vida, brotando violentos la corrupción, el latrocinio y la antipatria, dejando al pueblo en pleno desmoronamiento moral y espiritual, pérdida de valores sociales en un culto a la traición, oportunismo, transfugio, y un arribismo sin parangones, lo grave y triste, no se impuso la sanción ejemplarizadora, quedando impunes semejantes delitos de lesa patria.
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