El escritor argentino Marcos Aguinis publicó en el periódico La Nación de Buenos Aires un artículo de opinión con el título: “La clase social que Marx olvidó”. Para el autor, esa clase tendría la característica de ser “delincuencial”; así dice: “Marx no alcanzó a visualizar a otro grupo de individuos (...) enlazados por comunes intereses económicos, una larga hipocresía ética, largas uñas para apoderarse de los aparatos burocráticos y convertir al Estado en un instrumento de sus ambiciones (...). Esta clase social crece y prospera donde flaquean las leyes de la democracia. Se apodera de los recursos (...). Destroza los instrumentos de la igualdad ante la ley y no esquiva ninguno de los recursos que proveen los instintos perversos (...), quiere todo el poder y toda la riqueza (...), prospera con rapidez en los regímenes totalitarios, de derecha o de izquierda (...), también emerge en los regímenes sólo autoritarios, casi siempre se agrupa en torno a una figura central, ante la que se arrodilla y obedece de forma acrítica, sin dignidad ni vergüenza (...), esta clase ha existido en las monarquías absolutistas, la Italia fascista, la Alemania nazi, el régimen colaboracionista de Vichy, las cavernas del nazismo, los asesinatos de Pol Pot, las historias criminales del castrismo, el autoritarismo “inmaduro” de Venezuela y la semi dictadura de Nicaragua. Manipulan los fondos públicos de forma indiscriminada (...).
Otro dato mayúsculo es su defensa del Estado, garantía de la justicia, la inclusión, la productividad y el bienestar de las mayorías. Mentira. El Estado es el instrumento del que se apropia la clase social de los delincuentes para narcotizar al pueblo y hacerle creer que trabaja en su favor. Pero no es así. Trabaja a favor de quienes integran esa clase llena de codiciosos (...). Manipula y distorsiona la información, tergiversa las estadísticas, hipnotiza con slogans y no cesa de enriquecerse a costa de todos (...). La democracia se jibariza bajo el dominio de esta clase social hasta el extremo de quedar reducida sólo a las elecciones, ya que los poderes Judicial y Legislativo son objeto de mayor sometimiento posible. Incluso el poder Ejecutivo queda en manos de pocos o de uno solo (...). Impone el fraude mediante los aparatos de propaganda facciosa permanente que paga el conjunto de la sociedad. Además utiliza el soborno mediante el disfraz de los subsidios. En efecto, no aspira a resolver el drama de la pobreza, la desocupación, ni el descrédito mundial ni la peste de la inseguridad, sino a mantenerlos mediante subsidios inacabables y corruptores, con máscaras de falsa solidaridad. Ojalá Karl Marx hubiera vivido en estos tiempos para agregar algunas páginas que describan mejor las pústulas de esa clase social”.
En estas mismas páginas de EL DIARIO, Decano de la Prensa Nacional, escribimos un artículo de opinión con el título: “Cuidado con el populismo” y luego de otros continuamos esclareciendo esta forma de gobierno que en los últimos tiempos he adquirido características propias y de validez general. Precisamente el artículo publicado en la Nación de Buenos Aires y reproducido “in extenso” en un matutino local el 18 de enero pasado, confirma plenamente algunas características del “populismo”, que habíamos desarrollado en varios artículos de opinión periodística, y que ya está siendo incorporado como tema, en los estudios de Ciencia Política y debatido por estudiosos e investigadores del tema social y político, pues antes se confundía populismo con popular, que como lo anotamos en otros artículos, son conceptos distintos.
El ensayo periodístico del argentino Aguinis sigue nuestra propuesta, en sentido de que el populismo no es de derecha ni de izquierda, pues en su actuar es de ambas corrientes y siempre está enrededor de algún caudillo carismático que encarna ese modelo.
También coincide en algunos aspectos que desarrollamos en una nota sobre la “clase política”, publicada el pasado 21 de febrero, aunque él le da la característica de clase delincuente. Nosotros creemos que si bien es cierto lo que sentenció el sabio Aristóteles, que el poder corrompe, han pasado por el poder político del Estado gobernantes probos y verdaderos demócratas que han servido a los intereses públicos, y han pasado a la historia de la humanidad con letras de oro, aunque lamentablemente parece que son la excepción y no como debería ser, la regla.
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