Punto aparte
La riqueza más íntima que tiene el ser humano es el espíritu. La espiritualidad se manifiesta en la práctica de los principios, valores, ideales, así como en la consagración de la persona para gozar de la comunión con Dios.
La Cuaresma es la oportunidad propicia para encontrar un sentido a la vida, desde la espiritualidad. Encontrar la plena satisfacción interior y exteriorizarla en el renovado acercamiento a las enseñanzas de Jesús.
No es cuestión de sólo materializar la vida, sino de realizar una introspección al yo profundo y hacer conciencia de la formación personal y moral que se tiene. Las formas de comportamiento individual y colectivo se patentiza a través de la buena conducta, las convicciones y, esencialmente, en la voluntad de fortalecer la fe para tener una relación constante con Dios.
De esta manera, se establece que lo espiritual está relacionado con la plenitud y trascendencia de lo más profundo que depara la existencia humana. Las opciones personales, la vida familiar, las relaciones sociales y ser parte constitutiva de una sociedad.
A ello se suman las creencias religiosas, filosóficas y filantrópicas. En cuanto a lo religioso, sus formas de expresión son los ritos, las oraciones, signos y celebraciones que constituyen parte de la relación particular con Dios. La religiosidad es el medio que contribuye a fortalecer y desarrollar la espiritualidad de las personas.
El Papa Francisco, en su mensaje por la Cuaresma de 2015, ha expuesto que este es un tiempo de renovación para la Iglesia, las comunidades y cada creyente.
Expresa, asimismo, que “Dios no nos pide nada que no nos haya dado antes: Nosotros amemos a Dios porque él nos amó primero. Él no es indiferente a nosotros. Está interesado en cada uno de nosotros, nos conoce por nuestros nombres, nos cuida y nos busca cuando lo dejamos. Cada uno de nosotros le interesa; su amor le impide ser indiferente a lo que nos sucede. Pero, ocurre que cuando estamos bien y nos sentimos a gusto, nos olvidamos de los demás. No nos interesan sus problemas, ni sus sufrimientos, ni las injusticias que padecen… Entonces, nuestro corazón cae en la indiferencia: yo estoy relativamente bien y a gusto, y me olvido de quienes no están bien. Esta actitud egoísta, de indiferencia, ha alcanzado hoy una dimensión mundial, a tal punto que podemos hablar de una globalización de la indiferencia. Se trata de un malestar que tenemos que afrontar como cristianos”.
“La Cuaresma –destaca el Papa Francisco- es un tiempo propicio para dejarnos servir por Cristo y así llegar a ser como él. Esto sucede cuando escuchamos la Palabra de Dios y cuando recibimos los sacramentos, en particular la Eucaristía, que nos permite recibir el cuerpo de Cristo”.
Hacia el final del documento, el Pontífice demanda superar la indiferencia y las pretensiones de omnipotencia. Pide a todos que este tiempo de Cuaresma se viva como un camino de formación del corazón. Concluye diciendo que tener un corazón misericordioso necesita un corazón fuerte, firme, cerrado al tentador, pero abierto a Dios; que no se deje encerrar en sí mismo y no caiga en el vértigo de la globalización de la indiferencia.
Sin embargo, en la Cuaresma no todo tiene que ser reproches. Pues, con Jesucristo siempre nace y renace la alegría. Francisco, en su Exhortación Apostólica “Evangelii Gaudium”, anota que los libros del Antiguo Testamento pronunciaron la alegría de la salvación, que se volvería desbordante en los tiempos mesiánicos. Señala también que hay cristianos cuya opción parece ser la de una Cuaresma sin Pascua, cuando Jesucristo puede romper los esquemas aburridos en los cuales se pretende encerrarlo.
La Cuaresma tiene una doble forma de guardarla. El dolor inmenso que causa la crucifixión de Jesús y la alegría que suscita su Resurrección. En ambas situaciones, la oración es el recurso más expresivo para experimentar ambos estados de ánimo.
Al mismo tiempo, promueve el sentimiento de superar las diferencias que pueda haber entre personas y comunidades de distintos credos religiosos, así como el respeto a quienes no optan por la religiosidad. Dios no crea fronteras entre los seres humanos, su amor filial se extiende a todos, sin exclusión alguna.
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